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Leer-Los-ríos-profundos

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Montó el potro, y bajó casi al galope la colina. Al entrar a las calles empedradas<br />

sofrenó a la bestia y la hizo andar corto, como cuando llegaba de<br />

Lambra. Pasó de largo por la puerta de su casa y desmontó frente a la residencia<br />

de Adelaida. Tocó el zaguán varias veces. Salió una de las indias.<br />

—Llama a la niña. Que venga sola.<br />

Ella llegó a la puerta abierta, vestida de amarillo. El sol alcanzaba todavía<br />

a rozar su melena corta, la luz dorada la alumbraba por la espalda.<br />

—¿Qué le pasa, Aparicio Debe estar al morir —le dijo la joven, y le<br />

tomó ambas manos.<br />

—Más decisión no he tenido nunca —le contestó—. Es que voy a salir<br />

de viaje, hasta Ocobamba. Tres cordilleras más adentro. He venido a despedirme,<br />

de usted solamente. Aquí no más.<br />

Se agachó, le besó el borde de la falda; montó al potro, y partió al galope.<br />

— ¡Es un bárbaro! ¡Un serrano bárbaro! —gritó ella.<br />

— ¡Ay niñita, ay mamita linda, ay tortolita! —La joven india de Lambra<br />

se echó a llorar. Había visto la despedida, el semblante helado de Don Aparicio.<br />

Era acaso la misma muerte que había tomado la figura del señor , de<br />

Lambra para visitar la casa. ¿Quién, quién más pues, iba a morir ¿El, el<br />

joven poderoso que partió al galope o la dulce, la hermosísima niña de cabellos<br />

dorados<br />

— ¡Mamacita! ¡Ayalay! ¡Criaturita! —y se postró gimiendo.<br />

Corrió la madre de Adelaida, y entre ambas la llevaron.<br />

Don Aparicio había decidido esperar la noche, entrar a la casa de Irma,<br />

flagelarla y llevarla después a Lambra.<br />

—Me casaré con ella, temprano, al amanecer. Y la haré sufrir toda la<br />

vida. No saldrá ni a ver los árboles de pisonay de la plaza, la alfombra roja<br />

que sus flores tienden. El Félix estará pensando en consolarla. Querrá arrodillarse<br />

a sus pies, y quizá tendrá la esperanza de poner su cabeza sobre las<br />

faldas de la ocobambina. ¡Creerá que ha de hacerlo pasar a la tienda! Pero<br />

el corazón que yo he cerrado no tiene otra llave; el corazón que yo he cerrado<br />

está como en una sepultura. Así como yo, en mi memoria he borrado, desde<br />

esta hora sus ojos azules, sus ojos azules. ¡Una falda corta, amarilla! ¡El<br />

sol que prendía en su cabello, que la alumbraba como si fuera hija del trigo!<br />

La hemos borrado, "Halcón". Este será el último pensamiento. ¡Ya estarán<br />

ondeando mis trigales en las lomas de Lambra Alto! ¡Estarán ondeando como<br />

una bandera donde el sol se despide! ¡Estarán alumbrando aún! Porque<br />

el bosque de eucaliptos ya estará de noche.<br />

El potro estaba frente a él, esperando. Don Aparicio hablaba sentado en<br />

el poyo.<br />

Escuchó unos pasos. Era el taksa mayordomo.<br />

—Patrón, ¿y el killincho Está de hambre, creo. Se pasea en la estaca,<br />

dando vueltas —le dijo.<br />

—¿No hay carne<br />

—No hay, patrón.<br />

—Espera, hijo.

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