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—Ahora está el ejército. Y ellas, de espaldas, o con el trasero desnudo.<br />
No pasará nada.<br />
El amigo del "Iño" se fue. El portero lo obligó a salir. <strong>Los</strong> internos no<br />
formaron grupos; se dispersaron.<br />
El sol caldeaba el patio. Desde la sombra de la bóveda y del corredor<br />
mirábamos arder el empedrado. El sol infunde silencio cuando cae, al mediodía,<br />
al fondo de estos abismos de piedra y de arbustos. No hay árboles<br />
inmensos.<br />
Varios moscardones cruzaron el corredor, de un extremo a otro. Mis<br />
ojos se prendieron del vuelo lento de esos insectos que absorben en su cuerpo<br />
negro, inmune, el fuego. <strong>Los</strong> seguí. Horadaban la madera de los pilares, cantando<br />
por las alas. Doña Felipa estaría quizá disparando desde la sombra<br />
de un arbusto contra la tropa, en ese instante. La matarían al fin, entre<br />
tantos, y la enterrarían en algún sitio oculto de la quebrada. Pero, podía<br />
ocurrir que disparara detrás de un parapeto de piedra, bien resguardada en<br />
cualquier laberinto o bóveda de la orilla derecha del río, que es, por el lado<br />
del puente, un abismo de rocas. Allí repercute la voz de los loros viajeros. Si<br />
tal ocurriera, mientras yo seguía con los ojos el vuelo lento de los moscardones,<br />
quizá ella apuntaba, mirando hasta descubrir aun a las hormigas,<br />
sobre el camino de enfrente. Apuntaría con su ojo pequeño, que ardía como<br />
un diamante, en su enorme rostro picado de viruela. Entonces sólo podría<br />
ser herida en la cabeza, y caería al Pachachaca, desde lo alto del precipicio.<br />
No podrían quizá alcanzar su cuerpo. Eso era importante, pensaba. <strong>Los</strong> gendarmes<br />
furiosos ante un cuerpo atravesado, odiado y tan deforme ¿qué no<br />
harían<br />
Pero supimos que sus persecutores encontraron una de las muías, tumbada<br />
en medio del puente del Pachachaca. La habían matado, degollándola,<br />
y habían extendido las entrañas a lo ancho del puente. De una cruz a otra<br />
del releje amarraron las tripas de la bestia. Algunos viajeros se habían detenido.<br />
Examinaban los cordones y no se atrevían a cortarlos. De una de las<br />
cruces de piedra caía al fondo del río un cabestro. Y sobre la cruz flameaba<br />
un rebozo de Castilla.<br />
<strong>Los</strong> guardias cortaron las tripas que impedían el paso, y cuando examinaban<br />
el cabestro que caía al río, escucharon un coro de mujeres que cantaba<br />
desde un lugar oculto, por el lado de Abancay:<br />
"Huayruro", ama baleaychu;<br />
chakapatapi chakaykuy;<br />
"huayruro", ama sipiychu<br />
chakapatapi suyaykuy,<br />
tiayaykuy; ama manchaychu.<br />
No dispares; huayruro 1<br />
sobre el puente sé puente;<br />
no mates, huayruro;<br />
sobre el puente espera,<br />
siéntate; no te asustes.<br />
' Mote que dieron en quechua a los guardias civiles, por el color del uniforme.