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Leer-Los-ríos-profundos

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— ¡Como yo; seguido! —le dijo.<br />

Don Mariano no pudo beber tanto.<br />

—No hay costumbre, padrecito.<br />

Ya habían terminado de almorzar.<br />

Félix se acercó al músico. Rodeó la mesa y se sentó junto a Don Mariano,<br />

en la misma banca.<br />

— ¡Don Mariano! ¡Don Mariano! ¡De mí también mi patrona, niña<br />

Irma! ¡De ti también! —le dijo.<br />

Luego lo levantó del brazo. Dejó unas monedas sobre la mesa, y salieron.<br />

Un trecho de la calle lo llevó, caminando despacio, con el brazo sobre<br />

los hombros del músico. Don Mariano era bajo y casi redondo y el mayordomo<br />

fornido y de un buen tamaño; parecía, por eso, que él lo conducía, lo<br />

guiaba, protegiéndolo. <strong>Los</strong> transeúntes los observaron; algunos se detuvieron<br />

extrañados. "¿Borracho el músico 'upa' ¿Y con el mayordomo grande<br />

de Lambra"<br />

Pero se separaron luego, y siguieron caminando, Don Félix sobre la<br />

acera y el músico en la tierra de la calzada.<br />

El "Upa" entró a la casa del patrón. Don Félix siguió de largo.<br />

Don Mariano se sentó al sol en la puerta de la monturera. Las moscas<br />

jugaban en los sitios húmedos del piso; se perseguían algunas, zumbaban.<br />

Una arañita de cuerpo grande y patas cortas, agitaba sus pequeños brazos<br />

delanteros, casi oculta tras una piedra polvorienta, acechando. Don Mariano<br />

escuchaba a los animalitos, los veía empañados por las lágrimas.<br />

— ¡De qué estoy llorando, mamita! ¡De qué estoy llorando! —se preguntó<br />

en quechua.<br />

Y era que el mundo le hacía llorar, el mundo entero, la esplendente morada,<br />

amante del hombre, de su criatura.<br />

Don Aparicio no vino a ninguna hora.<br />

Cuando se disipó el último resplandor en el cielo y se hizo la noche muy<br />

oscura, el mayordomo grande entró a la monturera, levantó el arpa y se la<br />

llevó.<br />

—Vas a ir ya —le dijo al músico desde el patio—. Don Aparicio está<br />

donde las costeñas. Seguro derecho se va a ir de allá.<br />

El arpista salió al zaguán, vio cómo Félix cargaba el instrumento, sobre<br />

el pecho, ocultándolo por atrás con su cuerpo. Muy pronto desapareció en la<br />

oscuridad.<br />

¡Las estrellas brillaban tan lejos! Había viento. Grupos de nubes se<br />

trasladaban de un extremo a otro del espacio e iban cubriendo y prendiendo<br />

a las estrellas. En este aparecer de las estrellas se escuchaba el canto de<br />

agua de los grandes sapos de ese pueblo. Se alocaban, quizá porque las nubes<br />

corrían y bajaban, a veces hasta el suelo; y entonces croaban musicalmente,<br />

acariciando, como la voz más baja, más empapada de hondura, de la tierra<br />

nocturna.<br />

Don Mariano oía el canto de los sapos y se olvidaba. Estuvo mucho

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