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Leer-Los-ríos-profundos

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entre la frente que permanecía en la sombra y su mandíbula redonda, su<br />

boca cerrada y los hoyos negros de viruela que se exhibían al sol.<br />

—Para los pobres de Patibamba tres costales —dijo, como para sacudirme.<br />

Hasta ese momento se había repartido ya la mayor parte de los sacos de<br />

sal, y el patio se veía despejado.<br />

Ante la orden, casi inesperada, varias mujeres fueron a ver el corral de<br />

la Salinera. Encontraron cuarenta muías aún aperadas. La noticia desconcertó<br />

a las cholas. Pero la cabecilla ordenó que arrearan tres al patio. No hizo ningún<br />

comentario.<br />

Mientras las repartidoras seguían llenando las mantas de las mujeres<br />

con grandes trozos de sal, alegremente, se dedicaron a preparar las cargas<br />

para los "colonos" de Patibamba.<br />

Levantaron con gran dificultad los costales llenos. Tuvieron que sacar<br />

buena cantidad de sal de los sacos y los volvieron a coser. Pesaban mucho<br />

para que las mujeres pudieran alzarlos hasta el lomo de las muías.<br />

La mujer herida quiso ir a Patibamba. La cabecilla la miró con duda.<br />

—Ya no sale sangre —le dijo. Se desnudó el pecho y levantó su monillo.<br />

Mostró la herida.<br />

La cabecilla no accedió. Señaló a diez; y pidió que las acompañaran todas<br />

las que quisieran. Cerca de cincuenta mujeres cargadas ya con sus mantas de<br />

sal siguieron a las que fueron designadas.<br />

— ¡Que viva doña Felipa! ¡Patibambapak! —gritaron las mujeres que<br />

salían tras de las muías.<br />

— ¡Doña Felipa! ¡Doña Felipa! —corearon todas, despidiéndose de la<br />

cabecilla.<br />

Ella no se había olvidado de los indefensos, de los "pobres" de Patibamba.<br />

Con la violencia del éxito ninguna otra se había acordado de ellos.<br />

—Despacio van a repartir —dijo en quechua, dirigiéndose a la comisión.<br />

El reparto continuaba aún en el patio, pero yo no dudé; salí tras de las<br />

mujeres que iban a Patibamba. Como ellas, tenía impaciencia por llegar. Una<br />

inmensa alegría y el deseo de luchar, aunque fuera contra el mundo entero,<br />

nos hizo correr por las calles.<br />

Arrearon las muías al trote. En el barrio de la Salinera, todas las calles<br />

estaban llenas de gente. Hombres del pueblo formaban una especie de barrera<br />

pasiva. No dejaban avanzar a los caballeros de corbata.<br />

—Las mujeres te pueden degollar, señor —oí que les decían.<br />

—¡Patibambapak! ¡Patibambapak! —gritaban las mujeres y arreaban las<br />

muías. Les abrieron campo.<br />

Desde algunos balcones, en las calles del centro, insultaron a las cholas.<br />

— ¡ Ladronas! ¡ Descomulgadas!<br />

No sólo las señoras, sino los pocos caballeros que vivían en esas casas<br />

insultaban desde los balcones.<br />

— ¡Prostitutas, cholas asquerosas!<br />

Entonces, una de las mestizas empezó a cantar una danza de carnaval; el<br />

grupo la coreó con la voz más alta.<br />

Así, la tropa se convirtió en una comparsa que cruzaba a carrera las ca-

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