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Leer-Los-ríos-profundos

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enfurecerse más que un toro que oye dinamitazos, que siente el pico del<br />

cóndor en su cogote. ¡Vamos a la calle, "Markask'a"! ¡Vamos a Huanupata!<br />

Antero me miró largo rato. Sus lunares tenían como brillo. Sus ojos negrísimos<br />

se hundían en mí.<br />

—Yo, hermano, si los indios se levantaran, los iría matando, fácil —dijo.<br />

— ¡No te entiendo, Antero! —le contesté, espantado—. ¿Y lo que has<br />

dicho que llorabas<br />

—Lloraba. ¿Quién no Pero a los indios hay que sujetarlos bien. Tú no<br />

puedes entender, porque no eres dueño. ¡Vamos a Condebamba, mejor!<br />

Era sábado. Podíamos salir. El Padre me había comprado un traje nuevo.<br />

—¿A Condebamba ¿A qué<br />

—Nos esperan, Alcira y Salvinia, en la alameda. Con tu ropa nueva hasta<br />

yo te tengo recelo. Alcira va a sufrir.<br />

—¿Está lejos, muy lejos del puente, tu hacienda —le pregunté.<br />

—¿De qué puente<br />

—Del Pachachaca.<br />

—Muy lejos, a dos días.<br />

—¿Y los chunchos<br />

—A tres días de mi hacienda.<br />

—¿Corriente abajo del Apurímac<br />

—Corriente arriba, si se viene a Abancay.<br />

—¿Por quién crees que está el Pachachaca<br />

—¿Hablas de nosotros ¿De ti y de mí, y de Salvinia y Alcira<br />

—No, "Candela", habló de los "colonos" y de los chunchos y de doña<br />

Felipa, contra ustedes y los guardias.<br />

—Parece que está de parte de doña Felipa. Atajó a los guardias civiles.<br />

El rebozo de doña Felipa sigue en la cruz del puente. Dicen que el río y el<br />

puente asustan a quienes intentan sacarlo. El viento se lo llevará.<br />

—Tú anda a la alameda, "Candela".<br />

—¿Por qué me dices "Candela"<br />

—¿No te decimos "Candela"<br />

—Tú no. Me dicen "Markask'a", desde que te regalé mi zumbayllu, delante<br />

del Lleras.<br />

— ¡Anda a Condebamba, Antero! Yo puedo llegar todavía al río.<br />

—¿Al río<br />

—Le hablaré de ti, de Salvinia, de doña Felipa. Le diré que tú puedes<br />

disparar contra los colonos; que como tu padre, vas a azotarlos, colgándolos<br />

de los pisonayes de tu hacienda.<br />

—¿Qué<br />

—¿No es cierto<br />

—Estás mal, Ernesto. ¿Qué es del winko> ¿Por qué lo obsequiaste al<br />

" Añuco" <br />

—Tengo el otro. ¡El primero! Lo haré bailar sobre alguna piedra del<br />

Pachachaca. Su canto se mezclará en los cielos con la voz del río, llegará a<br />

tu hacienda, al oído de tus colonos, a su corazón inocente, que tu padre azota<br />

cada tiempo, para que jamás crezca, para que sea siempre como de criatura.

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