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Leer-Los-ríos-profundos

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—Papay —contestó el Alcalde—. A tu criatura vamos a despedir como<br />

a comunero grande que ha pasado sus cargos. ¡Lindo tocará en el cielo para<br />

el Señor Dios, después que ha sufrido! Dicen le ha pateado el potro negro.<br />

—En la noche ha muerto. ¡Que venga la gente!<br />

El Varayok' salió rezando: " ¡Ave María Purísima! ".<br />

Félix se quedó en la puerta; la sombra que formaba su cuerpo caía sobre<br />

la alfombra, alcanzaba a Don Aparicio; y él la veía. Un instante demoró en<br />

levantar el rostro; su mirada era firme, no se quebraría ni con el surunpi<br />

(la luz del sol reflejándose en los campos de nieve).<br />

—¿El potro ¿Por qué, "lacayo" —preguntó.<br />

—Don Mariano tiene sangre en la cabeza, le chorrea al cuello, a la cara.<br />

Una vez en la era de "Tantar", el caballo "Huaycho" pateó al arreador de<br />

las bestias trilleras y le hizo una herida así. Lo mató de golpe.<br />

— ¡El potro negro es más que tú, Félix, "lacayo"! ¡Le envidias! ¡En<br />

Alk'amare dirán ya que el "Halcón" ha matado! Ya no podré entrar nunca<br />

más al pueblo, montado en el potro. Tú también ya no entrarás. Dos días,<br />

tres días, y en Lambra cada indio abrirá en su alma una sepultura para el<br />

"Halcón". Creerán que su olor es el olor de la muerte; que de sus ojos<br />

mira la muerte; que de su cola y de su crin del cuello se agarra la muerte.<br />

Su relincho que hacía temblar el aire de Lambra... ¿Qué dirán Están doblando<br />

las campanas, "lacayo"... Pero el "Halcón" resucitará. ¡Está vivo!<br />

¡Como yo! ¡Yo también estoy vivo! Dile al otro mayordomo que venga.<br />

Que esté parado junto a la puerta. Tú ya no vendrás. Despídete de los barrios<br />

y anda a Lambra. Que mi madre no venga. ¡Sí, "lacayo"! ¡De una vez!<br />

Félix se fue caminando con pasos firmes.<br />

Por el zaguán abierto de par en par, el ayllu de Alk'amare entró a la<br />

casa. <strong>Los</strong> tres Varayok' encabezaban a la multitud. Estaban vestidos de negro.<br />

Una cruz de plata llevaba en el pecho el Alcalde Mayor; la cruz pendía<br />

de una cadena de plata antigua, renegrida. El Cristo del crucifijo tenía un<br />

rostro difuso, en que la nariz era maciza. El Alcalde iba entre el Regidor<br />

y el "Campo". 1 La mayor parte de los hombres y de las mujeres vestían de<br />

negro, los que no llevaban luto iban de color azul oscuro.<br />

Llenaron los dos patios de la casa. Ocuparon la cocina y todas las habitaciones<br />

del segundo patio. En el corredor del patio de adentro, sobre una<br />

mesa, tendieron bayetas negras. Allí estiraron el cadáver. A una señal del<br />

cantor, todo el ayllu rezó el "Yayayku" (Padre nuestro). Como una nube<br />

de moscardones corearon las solemnes palabras. Hasta el dormitorio del<br />

joven llegó el ondulante murmullo. El taksa (pequeño) mayordomo que<br />

estaba de pie, en la puerta del dormitorio, se quitó el sombrero; los cabellos<br />

apelmazados le ocultaban casi la frente; aguzó el oído, escuchó, y empezó<br />

a rezar en voz alta, en el tono exacto que el gran murmullo tenía. Don Aparicio<br />

se levantó, dio un paso hacia la puerta. La voz grave del mayordomo<br />

le perturbó, mucho más que el coro del ayllu. Eran palabras claras sobre el<br />

1 Regidor para el campo.

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