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Revista Chilena de Comunicación • Año I • nº 1 • Primer semestre 2008<br />

La vaguedad, o intencionalidad, de encuestas e investigaciones académicas no puede<br />

borrar el hecho de que los medios nos dan a conocer el mundo, y lo hacen a la imagen y<br />

semejanza de lo que nosotros pretendemos.<br />

Nuestra pereza, o nuestra cobardía, o nuestra indiferencia, son las que han permitido que<br />

sean la banalidad o la violencia lo que los medios eligen, y que sea por lo tanto ese mundo<br />

el que vean los más vulnerables, los que tienen en la punta de sus dedos el instrumento<br />

de propaganda más poderoso de la historia, pero no alcanzan a imaginar cuanto pueden<br />

hacer con él, porque los que deberíamos ser sus mentores no sabemos como explicarles<br />

que hemos perdido el rumbo, y que un exceso de signos nos ha llevado a leer mensajes<br />

contradictorios y que hemos elegido el camino más fácil.<br />

En otros tiempos, menos esclarecidos, se mataba al portador de las malas noticias. Hemos<br />

dejado de hacerlo: es difícil cortarle la cabeza a una institución. En cambio preferimos<br />

confundir el medio con el mensaje y creer que porque los medios representan el poder, lo<br />

son. Confundimos las fuerzas sociales con la técnica que les permite comunicarse.<br />

Y los jóvenes confunden el hecho de tener información sobre la realidad a su alcance<br />

inmediato, con la realidad misma. El hombre occidental, desde los griegos, fue zoon<br />

politikon, y su identidad estaba marcada por la civitas, por la permanencia y la adherencia<br />

a un sistema, bueno o malo, pero que era el medio en el cual se podía comunicar con<br />

los demás. La comunicación era cara a cara, aunque llegara en una carta o en un libro,<br />

permitía la identificación y la discusión, y establecía una escala de valores, a veces nobles<br />

y ciertos, a menudo falsos, que sin embargo daban el marco para la comprensión entre<br />

personas. A los jóvenes les hemos quitado su condición de animales políticos. La política<br />

que ven, o evitan ver, ha dejado de ser el servicio a lo demás; el estadista, es decir el que<br />

recibía su mandato, de la divinidad o del pueblo, se sabía mandatario, es decir, recibía un<br />

mandato, y sus capacidades se medían por su dedicación o por su capacidad. Muchos de<br />

los que gobernaban no eran estadistas, y los hemos olvidado. Hoy la política es una parte<br />

de la publicidad y los hombres se publicitan como los productos a la moda, y a menudo son<br />

igualmente inútiles y pasajeros. La condición de ciudadano desaparece, se es simplemente<br />

consumidor, se protesta cuando el Estado no funciona pero no se participa. Los jóvenes ven<br />

esto y se retiran, y no encontramos el discurso que los convenza de que lo que decimos es<br />

más cierto que lo que hacemos. La comunicación ha perdido su sentido.<br />

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