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El vendedor de sueños -- Augusto Cury

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en un centro <strong>de</strong> beneficencia, y que le iba gran<strong>de</strong>; unos pantalones negros <strong>de</strong> corte<br />

in<strong>de</strong>finido, con los bolsillos traseros remendados con tela <strong>de</strong> color azul, y una<br />

arrugada camisa ver<strong>de</strong> musgo con algunas manchas <strong>de</strong> tinta negra. Yo vestía una<br />

camiseta y un pantalón claro que me había regalado un caminante que había<br />

reencontrado sus sueños. Todos íbamos <strong>de</strong>sarreglados, pero la ropa <strong>de</strong> Bartolomé era<br />

la más graciosa y, en algún aspecto, también ridícula. <strong>El</strong> pantalón amarillo que llevaba<br />

le quedaba visiblemente corto. Se lo había regalado una viuda que vivía cerca <strong>de</strong>l<br />

puente <strong>de</strong> la avenida Europa. Había sido <strong>de</strong> su marido. Bartolomé estaba feliz con el<br />

pantalón, pues creía en el dicho «A caballo regalado no le mires el diente». <strong>El</strong> calcetín<br />

que llevaba en el pie izquierdo era <strong>de</strong> color azul eléctrico y el <strong>de</strong>l <strong>de</strong>recho, azul oscuro.<br />

La camiseta blanca mostraba una leyenda elocuente que retrataba fielmente su<br />

personalidad: «¡No me sigas! ¡Estoy perdido!».<br />

Cuando entramos en el inmenso vestíbulo <strong>de</strong>l salón don<strong>de</strong> tenían lugar los<br />

<strong>de</strong>sfiles, y observamos a todas aquellas personas bien vestidas, el maestro volvió a<br />

<strong>de</strong>safiar nuestro punto <strong>de</strong> vista. No criticó el mundo <strong>de</strong> la moda, sólo dijo con voz<br />

segura:<br />

—Estoy pensando en invitar a algunas mujeres para ven<strong>de</strong>r sueños, ¿qué os<br />

parece?<br />

<strong>El</strong> avispero masculino se inquietó. Éramos un grupo extravagante, extraño,<br />

reconocidamente excéntrico, pero nos las arreglábamos. Había diferencias, pero<br />

estábamos empezando a llevarnos bien. Nuestras discusiones fuera <strong>de</strong> la mirada <strong>de</strong>l<br />

maestro eran encarnizadas, pero poco a poco las superábamos. Convocar a mujeres<br />

para integrarse en nuestra cofradía nos parecía una exageración. No tendría buenos<br />

resultados.<br />

Inmediatamente expuse mi opinión:<br />

—¿Mujeres, maestro? Me parece una mala <strong>de</strong>cisión.<br />

—¿Por qué? —me cuestionó.<br />

Antes <strong>de</strong> que yo respondiera, Boquita <strong>de</strong> Miel salió en mi <strong>de</strong>fensa.<br />

—No soportarán nuestro estilo <strong>de</strong> vida. ¿Cómo van a dormir <strong>de</strong>bajo <strong>de</strong> un<br />

puente?<br />

—¿Qué baño van a usar? ¿En qué espejo se van a arreglar? —añadió Salomón.<br />

—¿Quién dice que ellas necesitan <strong>de</strong>jar su hogar para seguirnos? —replicó el<br />

maestro—. Lo cierto es que cada ser humano <strong>de</strong>bería ven<strong>de</strong>r sueños en el ambiente en<br />

el que se encuentra; ya sea a sí mismos o a otros.

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