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como había hecho yo. Tenía gran<strong>de</strong>s conflictos, pero excluyendo los momentos en<br />
que se angustiaba por ser rechazado, había aprendido a vivir con alegría; disfrutaba <strong>de</strong><br />
la vida. Vivía mejor que nosotros. Éramos nosotros los que necesitábamos comprar<br />
sus sueños, y él lo sabía.<br />
Entrar en el mundo <strong>de</strong> ese joven fue un viaje maravilloso. Descubrimos a un ser<br />
humano fantástico <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> alguien socialmente ridiculizado. Después <strong>de</strong>l<br />
<strong>de</strong>scubrimiento <strong>de</strong>l fascinante personaje llamado Salomón, el maestro lo llamó para<br />
ven<strong>de</strong>r sueños.<br />
A continuación, nos condujo a un lugar abierto. No era una plaza, pero tenía<br />
algunos árboles y el aire estaba menos contaminado. En ese lugar nos habló <strong>de</strong> otro<br />
Salomón, el gran rey <strong>de</strong> Israel. Comentó que éste había sido un joven que había<br />
comenzado su vida <strong>de</strong> la mejor manera. No quería oro, plata ni po<strong>de</strong>r político sino el<br />
tesoro más valioso: la sabiduría. Todos los días bebía y respiraba sabiduría, su reino<br />
progresó enormemente y se convirtió en uno <strong>de</strong> los principales imperios <strong>de</strong> la<br />
Antigüedad. Y sus relaciones con las naciones vecinas discurrían en paz.<br />
Pero el tiempo pasó, y el po<strong>de</strong>r lo embriagó. <strong>El</strong> rey abandonó la sabiduría y<br />
empezó a involucrarse en innumerables activida<strong>de</strong>s. Después, comenzó a cansarse <strong>de</strong><br />
todo lo que veía, nunca estaba satisfecho. Finalmente, cayó en una gran <strong>de</strong>presión y<br />
tuvo la honestidad <strong>de</strong> <strong>de</strong>cir que todo se había vuelto, para él, una fuente <strong>de</strong> tedio.<br />
Todo era vanidad; nada, en su <strong>de</strong>slumbrante existencia, lo animaba.<br />
Después <strong>de</strong> este relato, el maestro concluyó su lección:<br />
—<strong>El</strong> gran rey tuvo cientos <strong>de</strong> mujeres, carruajes, palacios, siervos, ejércitos, ricas<br />
ropas, honores y victorias, como muy pocos reyes jamás tuvieron. Pero se olvidó <strong>de</strong><br />
amar a una mujer y <strong>de</strong> prestar atención a los pequeños lirios <strong>de</strong> los campos, que<br />
representan la amistad, y también olvidó muchas otras cosas fundamentales.<br />
Cuando estaba a punto <strong>de</strong> terminar, intervino Bartolomé e hizo que todo el mundo<br />
se <strong>de</strong>sternillara <strong>de</strong> risa.<br />
—Jefe, ¿puedo hablar? —dijo.<br />
—Claro —asintió el maestro con dulzura.<br />
—¿Ese rey no se habrá <strong>de</strong>primido porque tuvo cientos <strong>de</strong> suegras?<br />
<strong>El</strong> maestro se rió <strong>de</strong> la espontaneidad <strong>de</strong> Bartolomé, y le respondió <strong>de</strong> manera<br />
incisiva:<br />
—No lo sé, pero sí sé que hay suegras más amables que muchas madres. —Y<br />
continuó con la lección—: <strong>El</strong> éxito es más difícil <strong>de</strong> asimilar que el fracaso. Como le