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—¿Y su olor? ¿Usará <strong>de</strong>ntadura?<br />
—Y la flatulencia, ¿quién podrá soportarla? ¿No tenemos ya suficiente con los<br />
gases <strong>de</strong> Bartolomé?<br />
Después <strong>de</strong> la queda conferencia <strong>de</strong> la cofradía, llegamos a la conclusión <strong>de</strong> que la<br />
experiencia sociológica <strong>de</strong>caería significativamente. <strong>El</strong> maestro observaba con<br />
paciencia nuestra locura. Doña Jurema conversaba con Mónica. No había entendido la<br />
invitación y la mo<strong>de</strong>lo trataba <strong>de</strong> explicárselo, pero como no tenía mucha experiencia,<br />
no lo hacía con claridad.<br />
—Yo nunca he vendido nada. ¿Qué tipo <strong>de</strong> producto es ése? —nos preguntó doña<br />
Jurema.<br />
<strong>El</strong> maestro se puso a hablar con Mónica y quedó en nuestras manos explicarle a la<br />
anciana el proyecto. Tuvimos, así, una oportunidad <strong>de</strong> oro para <strong>de</strong>sanimarla. Para mis<br />
a<strong>de</strong>ntros, me quedé pensando si el maestro no habría visto primero a doña Jurema y<br />
había hecho aquello para ponernos a prueba una vez más, buscando <strong>de</strong>snudar las<br />
artimañas y sutilezas <strong>de</strong> nuestra mente.<br />
Habíamos tenido una experiencia maravillosa en el asilo, habíamos <strong>de</strong>scubierto la<br />
gran<strong>de</strong>za <strong>de</strong> los ancianos, pero insistíamos en aferrarnos a nuestros prejuicios sobre<br />
ellos. Estábamos convencidos <strong>de</strong> que doña Jurema no podría seguir el ritmo <strong>de</strong>l<br />
grupo. Disminuiría su estatus, <strong>de</strong>bilitaría su ímpetu revolucionario. Pensábamos que,<br />
con ella, el maestro tendría que ser más blando, suavizar la fuerza <strong>de</strong> sus i<strong>de</strong>as.<br />
Fuimos sinceros con la mujer sobre la aventura <strong>de</strong> los sueños. A fin <strong>de</strong> cuentas,<br />
incluso aunque nuestros intereses fueran en otra dirección, estábamos aprendiendo a<br />
ser transparentes. No obstante, para disuadirla hicimos hincapié en los peligros que<br />
corríamos, las calumnias, las difamaciones, las heridas, la paliza que había recibido el<br />
maestro.<br />
<strong>El</strong>la nos escuchó atentamente. Siempre respondía lo mismo: «¡Ajá!». Se arreglaba<br />
los cabellos blancos, como queriendo calmar su cerebro inquieto. Estábamos<br />
convencidos <strong>de</strong> que se sentía más insegura que antes. Salomón hacía los rituales más<br />
extraños que jamás le hubiera visto. Trazaba la señal <strong>de</strong> la cruz varias veces y, mirando<br />
hacia el cielo, <strong>de</strong>cía:<br />
—Me da escalofríos oír hablar <strong>de</strong> tantos peligros. —Y le hizo una seña a<br />
Bartolomé para que esta vez no dijera nada.<br />
Íbamos por buen camino. Pero Boquita <strong>de</strong> Miel, sin pensarlo dos veces, dijo:<br />
—Es muy arriesgado seguir a este hombre, Juremita. —Y poniendo una voz