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El vendedor de sueños -- Augusto Cury

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Un solemne homenaje<br />

Yo había pasado por ese drama cuando perdí a mi madre. Los pésames no me<br />

aliviaron, y mucho menos los consejos prefabricados. Las palabras <strong>de</strong> consuelo que<br />

recibí no eran más que rasguños en los barrotes <strong>de</strong> acero tras los cuales estaba preso.<br />

Hubiera preferido el silencio <strong>de</strong> los abrazos o sólo algunas lágrimas <strong>de</strong>rramadas a mi<br />

lado.<br />

<strong>El</strong> maestro fue abriéndose paso entre la multitud. Nosotros lo seguíamos. A<br />

medida que nos acercábamos al féretro, las personas parecían más acongojadas. Hasta<br />

que vimos a un hombre joven, <strong>de</strong> unos cuarenta años, cabello negro y escaso y rostro<br />

<strong>de</strong>lgado marcado por el sufrimiento, inerte en el ataúd.<br />

La esposa no paraba <strong>de</strong> llorar. Los parientes y amigos próximos, tampoco. <strong>El</strong> hijo<br />

estaba <strong>de</strong>sesperado. Yo me vi reflejado en él, sentí su dolor con más intensidad que<br />

mis compañeros. Justo empezaba a vivir y ya había sufrido una gran pérdida. Yo, a<br />

esa edad, no entendía la vida, y mi padre no me abría las puertas <strong>de</strong> la suya. Poco<br />

<strong>de</strong>spués, mi madre cerró los ojos. Yo cenaba con la soledad y me dormía en un<br />

mundo cerrado, lleno <strong>de</strong> dudas que nunca obtuvieron respuesta. Estaba seguro <strong>de</strong> no<br />

importarle en absoluto a Dios. Durante la adolescencia, me sentí muy mal con Él.<br />

Finalmente, en la edad adulta, Dios se transformó en una <strong>de</strong>cepción y me hice ateo.<br />

Me volví especialista en i<strong>de</strong>as pesimistas.<br />

Al percibir el vacío en la historia <strong>de</strong> ese joven, no pu<strong>de</strong> contener las lágrimas.<br />

<strong>El</strong> maestro, al ver la <strong>de</strong>sesperación <strong>de</strong>l muchachito, le dio un abrazo y le preguntó<br />

cómo se llamaban él y su padre. Después, para nuestro espanto, miró a los presentes y,<br />

con voz suave, dijo algunas palabras que los golpearon, palabras que podrían haber<br />

<strong>de</strong>senca<strong>de</strong>nado un tumulto.<br />

—¿Por qué se <strong>de</strong>sesperan? <strong>El</strong> señor Marco Aurelio no está muerto.<br />

Inmediatamente, Dimas, Bartolomé y yo tratamos <strong>de</strong> alejarnos un poco <strong>de</strong> él. Era<br />

mejor si no nos i<strong>de</strong>ntificaban como discípulos suyos. La gente tuvo distintas

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