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El vendedor de sueños -- Augusto Cury

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—¿Una coma? —preguntó el sociólogo, confundido.<br />

—Sí, una coma. Una pequeña coma, para que puedan escribir su historia.<br />

Julio César empezó a sudar. De repente, en un estado <strong>de</strong> iluminación interior,<br />

comprendió. <strong>El</strong> hombre acababa <strong>de</strong> ven<strong>de</strong>rle una coma, y él la había comprado sin<br />

darse cuenta. No hubo precio, no hubo regateo, no hubo chantaje, no hubo<br />

discusiones. La compró para retornar a las raíces <strong>de</strong> la esencia humana. Se había<br />

convertido en alumno <strong>de</strong>l vagabundo. Sintió que lo inundaba una tierna solidaridad.<br />

Se cogió la cabeza con las manos para ver si todo lo que le estaba pasando era real.<br />

<strong>El</strong> ilustre profesor <strong>de</strong> sociología comenzó a compren<strong>de</strong>r. Miró hacia abajo y vio<br />

que la multitud esperaba su reacción. En el fondo, aquellas personas estaban tan<br />

perdidas como él. Eran libres <strong>de</strong> ir y venir, pero se sentían calibradas, controladas. Les<br />

faltaba libertad para airear la propia personalidad.<br />

<strong>El</strong> profesor parecía penetrar en las entrañas <strong>de</strong> una película cuyas escenas eran<br />

surreales y concretas al mismo tiempo. «¿Este hombre es real o todo lo que estoy<br />

viendo es una trampa <strong>de</strong> mi mente?», se preguntó, fascinado e incrédulo. Nunca nadie<br />

lo había hechizado como aquel incomprensible peregrino.<br />

De pronto, el misterioso hombre le hizo una invitación que lo emocionó mucho.<br />

—Ven, sígueme, y yo te haré <strong>ven<strong>de</strong>dor</strong> <strong>de</strong> sueños.<br />

Sus palabras provocaron el burbujeo <strong>de</strong> millones <strong>de</strong> neuronas <strong>de</strong>l intelectual. No<br />

podía reaccionar. Su voz se quebró. Estaba físicamente paralizado, aunque pensativo.<br />

«¿Qué clase <strong>de</strong> propuesta es ésa? ¿Cómo podría seguir a un hombre al que he<br />

conocido hace menos <strong>de</strong> una hora?», pensó, trastornado. Pero al mismo tiempo sintió<br />

una atracción irresistible por la enigmática invitación.<br />

Estaba cansado <strong>de</strong> los <strong>de</strong>bates académicos. Él era uno <strong>de</strong> los intelectuales más<br />

elocuentes, pero muchos <strong>de</strong> sus colegas, él incluido, vivían en el lodo <strong>de</strong> los celos y<br />

<strong>de</strong> las vanida<strong>de</strong>s interminables. Sentía que a la universidad, el templo <strong>de</strong>l<br />

conocimiento, le faltaba tolerancia, estímulo para la rebeldía <strong>de</strong>l pensamiento y una<br />

dosis <strong>de</strong> locura para liberar la creatividad. Algunos templos <strong>de</strong>l conocimiento se<br />

habían vuelto tan rígidos como las religiones más inflexibles. Los profesores, los<br />

científicos y los pensadores no eran libres. Tenían que seguir las disposiciones <strong>de</strong> los<br />

<strong>de</strong>partamentos académicos.<br />

Ahora, Julio César estaba frente a un hombre mal vestido, con el cabello<br />

alborotado y sin ningún glamour, pero provocador, aventurero, rebel<strong>de</strong> ante el<br />

pensamiento establecido, crítico, arrebatador y libre. Para rematarlo, le hacía la más

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