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El vendedor de sueños -- Augusto Cury

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Después <strong>de</strong> que Bartolomé hiciera esa observación, apareció una figura extraña y<br />

terrorífica. Era imposible verle la cara <strong>de</strong>bido a la falta <strong>de</strong> iluminación <strong>de</strong> la entrada. <strong>El</strong><br />

personaje nos hacía señas para que entrásemos. Una vez <strong>de</strong>ntro, vimos que se trataba<br />

<strong>de</strong>l maestro. Nos quedamos mudos al comprobar que la dirección era correcta.<br />

Todos, discípulos y empresarios, empezamos a movernos lentamente y con algo<br />

<strong>de</strong> temor hacia el singular lugar <strong>de</strong> reunión. Nos mirábamos disimuladamente unos a<br />

otros, sin saber muy bien qué estábamos haciendo allí. Era la primera vez que una<br />

conferencia sobre li<strong>de</strong>razgo y creatividad tenía lugar en un cementerio. Era la primera<br />

vez que se hablaría <strong>de</strong>l agitado mundo <strong>de</strong> los vivos en el escenario <strong>de</strong> los muertos.<br />

Mientas nos acercábamos al lugar <strong>de</strong> la conferencia, el maestro hablaba con voz<br />

grave y saludaba <strong>de</strong> manera extraña a los participantes.<br />

—Bienvenidos, futuros ricos <strong>de</strong>l cementerio. Sentíos como en casa, por favor.<br />

A los empresarios les temblaron las piernas. Estaban acostumbrados a gran<strong>de</strong>s<br />

batallas competitivas y a enfrentarse a riesgos fenomenales, pero nunca habían estado<br />

frente a un <strong>de</strong>safío como aquél. Un <strong>de</strong>sconocido los había noqueado en el primer<br />

asalto. Yo no sabía qué <strong>de</strong>cir ni cómo reaccionar, y la gente que había a mi alre<strong>de</strong>dor<br />

estaba igual <strong>de</strong> paralizada. <strong>El</strong> cementerio <strong>de</strong> la Recoleta es imponente. Es para gente<br />

acomodada. Sus mausoleos son suntuosos, verda<strong>de</strong>ras obras <strong>de</strong> arte.<br />

Al vernos ensimismados, el maestro siguió exponiendo sus i<strong>de</strong>as.<br />

—Aquí yacen los hombres y las mujeres notables <strong>de</strong> la sociedad. Sueños,<br />

pesadillas, sentimientos secretos, emociones visibles, momentos <strong>de</strong> ansiedad y otros<br />

<strong>de</strong> raro placer constituyeron la vida <strong>de</strong> cada uno <strong>de</strong> los humanos que aquí <strong>de</strong>scansan.<br />

Sus historias están dormidas. Y, salvo sus seres queridos, rara vez alguien se ocupa <strong>de</strong><br />

ellas.<br />

No entendíamos adón<strong>de</strong> quería llegar; tampoco si la conferencia había comenzado<br />

o si habría finalmente una conferencia. Sólo sabíamos que sus palabras nos hacían<br />

viajar por nuestra propia historia. <strong>El</strong> pasado <strong>de</strong> los fallecidos nos revelaba los caminos<br />

<strong>de</strong> nuestro futuro. Su charla, que parecía infundir miedo, empezó a volverse más<br />

tranquilizadora. Después, hizo una petición a todos los participantes.<br />

—Os pido que leáis, durante diez minutos, las <strong>de</strong>dicatorias que hay en las entradas<br />

<strong>de</strong> los mausoleos.<br />

Yo nunca había realizado esta experiencia sociológica. A pesar <strong>de</strong> que la luz no era<br />

excelente, comenzamos a recorrer las calles <strong>de</strong>l cementerio y a leer los mensajes<br />

grabados en metal que celebraban la existencia <strong>de</strong> las personas ausentes. ¡Cuánta

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