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El vendedor de sueños -- Augusto Cury

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sueños <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> todo. ¿Cómo es posible ser un buen padre, un buen amante, un buen<br />

amigo, si las personas que amamos están fuera <strong>de</strong> nuestra agenda? Sólo un hipócrita<br />

podría creer que es posible. Fui un hipócrita, un notable hipócrita, que muchos<br />

admiraban y tenían como ejemplo.<br />

Con sinceridad, dijo que había escondido sus errores, sus fallos, sus actitu<strong>de</strong>s<br />

estúpidas. <strong>El</strong>ementos que representaban la parte sucia <strong>de</strong> sus cimientos, pero que eran<br />

fundamentales para la estructura <strong>de</strong> su personalidad. En ese momento entendí lo que<br />

quería <strong>de</strong>cir cuando manifestó que el que no reconoce su lado malo tiene una <strong>de</strong>uda<br />

impagable consigo mismo y <strong>de</strong>struye su humanidad. Al oír sus palabras penetrantes,<br />

comencé a compren<strong>de</strong>r al hombre que me había extasiado. No podía ser un hombre<br />

común. Tenía que ser más que un pensador, más que una mente brillante con una<br />

cultura fuera <strong>de</strong> lo común. Pues alguien con tales características habría <strong>de</strong>spertado mi<br />

admiración pero no me habría cautivado, no hubiese allanado mi ego infectado <strong>de</strong><br />

orgullo. Tenía que ser alguien que hubiera visitado los valles escabrosos <strong>de</strong>l miedo,<br />

que se hubiera embarrado en el charco <strong>de</strong> los conflictos sociales y psicológicos, que<br />

hubiera sido <strong>de</strong>sgarrado por los predadores <strong>de</strong> la mente y se hubiera perdido en los<br />

laberintos <strong>de</strong> la locura. Y <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> todo eso, se había reconstruido con una fuerza<br />

insólita y había escrito una novela con su propia existencia.<br />

Sí, ése era el hombre al que yo había seguido. Sus i<strong>de</strong>as eran penetrantes como las<br />

<strong>de</strong> un filósofo y su humor era vibrante como el <strong>de</strong> un payaso. Sus reacciones eran<br />

paradójicas, fluctuaban entre los extremos. Lo buscaban los iconos <strong>de</strong> la sociedad<br />

pero él no hacía diferencia entre una prostituta y un puritano, entre un intelectual y un<br />

enfermo mental. Su sensibilidad nos impactaba.<br />

Cuando la policía se llevaba a alguien preso ante las cámaras <strong>de</strong> televisión, esa<br />

persona se tapaba la cara para proteger su imagen. <strong>El</strong> hombre que estaba frente a mí,<br />

en cambio, nunca se escondía. Recuerdo lo que le dijo al psiquiatra en el edificio<br />

don<strong>de</strong> nos conocimos: que había dos tipos <strong>de</strong> locura, y que la suya pertenecía a la<br />

clase <strong>de</strong> las locuras evi<strong>de</strong>ntes. Ahora que, con nuestra ayuda, le habían preparado la<br />

más inhumana <strong>de</strong> las emboscadas, él, sin avergonzarse <strong>de</strong> su pasado, había vuelto a<br />

exponer sus heridas <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> más <strong>de</strong> cincuenta mil personas. Su sinceridad era<br />

cristalina.<br />

Cuando lo oí confesar que había traicionado sus cimientos, mi mente fue invadida<br />

por muchas consi<strong>de</strong>raciones sociológicas. ¿Quién no es un traidor? ¿Qué puritano no<br />

es en algún momento un crápula consigo mismo? ¿Qué religioso no traicionó alguna

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