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El vendedor de sueños -- Augusto Cury

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Algunos <strong>de</strong>cían: «¡Pobre, ha muerto tan joven!». Eran los que se proyectaban en<br />

el muerto y sentían compasión <strong>de</strong> sí mismos. Como consecuencia, se daban cuenta <strong>de</strong><br />

que tenían que vivir la vida con más bondad. Otros <strong>de</strong>cían: «La vida está llena <strong>de</strong><br />

riesgos. Sólo basta con estar vivo para morirse». Eran los que veían la urgencia <strong>de</strong><br />

relajarse, disminuir el ritmo <strong>de</strong> trabajo. Otros comentaban: «¡Había luchado tanto, y<br />

cuando iba a disfrutar <strong>de</strong> sus logros, se murió!». Eran los que <strong>de</strong>scubrían que la vida<br />

pasa como una sombra, que conquistar fortunas es en vano, porque otros que no las<br />

merecían las disfrutarán. Necesitaban cambiar su insano estilo <strong>de</strong> vida.<br />

Los asistentes al velatorio trataban <strong>de</strong>sesperadamente <strong>de</strong> comprar sueños, pero el<br />

sistema se los robaba en pocas horas o días. Todo regresaba a la «normalidad». No<br />

entendían que los sueños sólo pue<strong>de</strong>n ser dura<strong>de</strong>ros y penetrantes si se tejen como un<br />

paño fino en los rincones secretos <strong>de</strong>l intelecto. Yo, en particular, siempre había<br />

estado atrapado en el barro <strong>de</strong>l continuismo. La <strong>de</strong>sgracia <strong>de</strong> los otros era para mí una<br />

película, una ficción que insistía en echar raíces en mi mente, pero que no podía<br />

germinar en un suelo impermeable.<br />

Después <strong>de</strong> hablar <strong>de</strong>l espacio sobrio <strong>de</strong> los velatorios, el maestro agregó:<br />

—No esperéis ver flores don<strong>de</strong> no cayeron las semillas. No os inquietéis, vamos.<br />

—Y sonrió.<br />

Para él, estas palabras bastaban. Para nosotros, sólo sirvieron para disminuir unos<br />

pocos grados la fiebre <strong>de</strong> ansiedad que teníamos. La muerte es perturbadora, pero la<br />

vida también lo es. La primera extingue el aliento humano, pero la segunda pue<strong>de</strong><br />

asfixiarlo. ¿Qué podría <strong>de</strong>cir el maestro en un ambiente en el que tanto vivos como<br />

muertos silencian su voz? ¿Qué podría argumentar en un terreno en el cual todos los<br />

discursos pier<strong>de</strong>n su fuerza? ¿Qué podía <strong>de</strong>cir en un momento en el que las personas<br />

no están dispuestas a escuchar, un momento en el que apenas pue<strong>de</strong>n beber <strong>de</strong>l cáliz<br />

<strong>de</strong> la angustia ante la pérdida? ¿Qué palabras podrían aliviarlas? Palabras, por otro<br />

lado, que venían <strong>de</strong> un extraño.<br />

Sabíamos que él no se comportaría como uno más entre la multitud. Ése era el<br />

problema. Sabíamos que no se quedaría callado. Y ése era un problema todavía más<br />

gran<strong>de</strong>.

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