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—¡Pervertido inveterado! ¡Conquistador barato! ¡Perro compulsivo! —contestó<br />
ella con aparente rabia.<br />
Bartolomé retrocedió con el rabo entre las piernas. Pero enseguida se dio cuenta<br />
<strong>de</strong> que bromeaba. La mujer estaba encantada. Hacía cincuenta años que no la<br />
piropeaban. Animadísima, tomó al borracho <strong>de</strong> los brazos y salió a bailar con él, feliz<br />
y contenta. Me quedé impresionado; conocía el po<strong>de</strong>r <strong>de</strong> la crítica, pero <strong>de</strong>sconocía el<br />
<strong>de</strong>l elogio. ¿Quienes usan ese po<strong>de</strong>r viven más y mejor? Estaba confundido. Nunca<br />
había visto tanta locura en un solo día.<br />
Durante nuestro caminar, el hombre al que seguí me enseñó que los pequeños<br />
gestos pue<strong>de</strong>n tener tanta o más fuerza que los gran<strong>de</strong>s discursos. En sus<br />
improvisadas clases al aire libre constaté que sus reacciones y su silencio calaban más<br />
que las técnicas multimedia. Intuitivamente, sabíamos que él guardaba gran<strong>de</strong>s<br />
secretos, pero no osábamos preguntar, pues él nos <strong>de</strong>snudaba con su método<br />
socrático. Se transformó en un especialista en hacer una fiesta <strong>de</strong> la vida, aun cuando<br />
hubiese motivos para retorcerse <strong>de</strong> rabia o culparse.<br />
—Felices los que se ríen <strong>de</strong> sus tonterías, pues <strong>de</strong> ellos será el relax —nos <strong>de</strong>cía<br />
continuamente.<br />
Yo <strong>de</strong>testaba a las personas insulsas, que daban respuestas superficiales; sin<br />
embargo, en el fondo, yo también estaba lleno <strong>de</strong> tonterías e insulseces. Me faltaba<br />
mucho para reírme <strong>de</strong> mí mismo. Tenía mucho que apren<strong>de</strong>r sobre el arte <strong>de</strong> no<br />
complicarme, un arte <strong>de</strong>sconocido en el templo académico.<br />
La universidad que ayudé a <strong>de</strong>sarrollar formaba alumnos que no sabían<br />
observarse a sí mismos, <strong>de</strong>tectar su propia estupi<strong>de</strong>z, soltarse, llorar, amar, correr<br />
riesgos, salir <strong>de</strong> la cárcel <strong>de</strong> la rutina y, mucho menos, soñar. Yo era el más temido <strong>de</strong><br />
los profesores, una máquina <strong>de</strong> criticar. Agobiaba a mis alumnos con crítica y más<br />
crítica social, pero jamás le enseñé a ninguno <strong>de</strong> ellos a disfrutar <strong>de</strong> la vida. ¡Claro!<br />
Nadie pue<strong>de</strong> dar lo que no tiene. Mi vida era una basura.<br />
Estaba orgulloso <strong>de</strong> mi ética y honestidad, pero comenzaba a <strong>de</strong>scubrir que era<br />
poco ético y <strong>de</strong>shonesto conmigo mismo. Por suerte, estaba aprendiendo a expulsar<br />
los «<strong>de</strong>monios» que bloqueaban mi mente y me convertían en una persona al límite <strong>de</strong><br />
lo soportable.