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El vendedor de sueños -- Augusto Cury

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primos. Uno <strong>de</strong> ellos, que tenía una tartamu<strong>de</strong>z más pronunciada que la <strong>de</strong> Dimas,<br />

estaba pintando las pare<strong>de</strong>s. Cuando estaba nervioso, se bloqueaba y no conseguía<br />

articular ni una palabra. <strong>El</strong> otro estaba en el extremo <strong>de</strong> una escalera <strong>de</strong> dos metros,<br />

retocando las ventanas <strong>de</strong> hierro.<br />

<strong>El</strong> rayo cayó abruptamente, se difundió por las pare<strong>de</strong>s y se concentró en la<br />

ventana, alcanzando al que estaba trabajando allí. <strong>El</strong> ruido fue ensor<strong>de</strong>cedor. <strong>El</strong> pintor<br />

se cayó <strong>de</strong> la escalera retorciéndose <strong>de</strong> dolor. Su primo, aterrorizado, fue a socorrerlo.<br />

Tratamos <strong>de</strong> acercarnos al local. Pero antes <strong>de</strong> que llegáramos, apareció alguien con<br />

actitud heroica que también lo quería socorrer. No sé <strong>de</strong> dón<strong>de</strong> había salido ese<br />

hombre, pero su cara nos resultó familiar: era el Milagrero al que habíamos conocido<br />

en el velatorio el día anterior.<br />

Edson vio al pintor caído en el suelo, gimiendo <strong>de</strong> dolor y con la mano<br />

sujetándose el tobillo <strong>de</strong>recho. Vio que el pie se le estaba hinchando. Inmediatamente<br />

concluyó que era a causa <strong>de</strong> la <strong>de</strong>scarga eléctrica. Sin per<strong>de</strong>r tiempo, le dijo al otro<br />

pintor que estaba asistiendo a su compañero:<br />

—Déjelo, yo me ocuparé. Soy especialista en esto. —Se acercó al hombre y trató<br />

<strong>de</strong> en<strong>de</strong>rezarle el pie, pero no pudo. Se le sentó sobre la pierna y empezó a darle<br />

ór<strong>de</strong>nes, tratando <strong>de</strong> ejercitar sus dones sobrenaturales.<br />

—¡Arréglate! ¡En<strong>de</strong>rézate!<br />

Pero el tobillo no se en<strong>de</strong>rezaba. <strong>El</strong> pintor, profundamente dolorido, gemía cada<br />

vez más. <strong>El</strong> Milagrero hacía todavía más fuerza. No era posible que no pudiera<br />

resolver un caso tan simple. No podía ser que su conexión con Dios fuese tan débil,<br />

<strong>de</strong>bió <strong>de</strong> pensar. <strong>El</strong> pintor gritaba <strong>de</strong> dolor. Cada vez más gente se acercaba a observar<br />

la escena y eso excitaba al Milagrero «samaritano» y lo estimulaba a <strong>de</strong>mostrar sus<br />

po<strong>de</strong>res. Muchos pensaban que se trataba <strong>de</strong> un médico que trataba <strong>de</strong> aliviar el dolor<br />

<strong>de</strong>l pobre pintor. <strong>El</strong> primo tartamudo emitía gruñidos incomprensibles; parecía querer<br />

<strong>de</strong>cirle algo a Edson, pero el Milagrero sentía que su <strong>de</strong>sesperación le estropeaba la<br />

concentración. Entonces, perdiendo la paciencia, le dijo al primo <strong>de</strong>l herido:<br />

—¡Cálmese! ¡Voy a arreglarle la pierna a este hombre!<br />

Y, efectivamente, logró hacerlo. Después <strong>de</strong> dos largos minutos, lo consiguió. Se<br />

limpió el sudor <strong>de</strong> la frente y dijo:<br />

—<strong>El</strong> tobillo ya está bien otra vez.<br />

<strong>El</strong> dolor <strong>de</strong>l pintor, sin embargo, se había agudizado.<br />

<strong>El</strong> hombre se miraba el tobillo y parecía más <strong>de</strong>sesperado que antes. Nos pareció

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