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El vendedor de sueños -- Augusto Cury

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adoptaron y nunca más la vio. Dimas no tuvo tanta suerte; nadie quería a un niño <strong>de</strong><br />

cinco años, <strong>de</strong> piel oscura. Creció carente <strong>de</strong> todo; sin padre, sin madre, sin hermana,<br />

sin afecto, sin estudios, sin amigos.<br />

Bartolomé se conmovió con su historia e intentó consolarlo.<br />

—My friend, siempre pensé que eras un holgazán, un canalla, un embustero sin<br />

causa. No te conocía. ¡Tú eres el más normal <strong>de</strong> los locos <strong>de</strong>l grupo!<br />

<strong>El</strong> doctor Lucas también se emocionó con la historia <strong>de</strong> Dimas. Los efectos <strong>de</strong>l<br />

alcohol se le pasaron rápidamente a causa <strong>de</strong> su interés por la conversación. Se<br />

hicieron amigos. Conversaron durante tres horas. Salieron abrazados y cantando<br />

«Lucas es un buen compañero, Lucas es un buen compañero.». Sintieron el placer <strong>de</strong><br />

una amistad <strong>de</strong>sinteresada. Se dieron cuenta <strong>de</strong> que vivir fuera <strong>de</strong>l capullo tiene sus<br />

riesgos innegables, pero también sus irrefutables encantos.<br />

Aquella noche durmieron en un cuarto en el fondo <strong>de</strong> la casa <strong>de</strong>l médico. Su<br />

esposa, que había oído hablar <strong>de</strong>l movimiento social <strong>de</strong> los «sueños», les preparó<br />

unos suculentos espaguetis con salsa <strong>de</strong> tomate. Al día siguiente, les dio las gracias.<br />

Hacía seis meses que no veía a su marido con ganas <strong>de</strong> afrontar <strong>de</strong>safíos.<br />

Dimas y Bartolomé continuaron con la jornada. Hacia el final <strong>de</strong> la tar<strong>de</strong> <strong>de</strong>l<br />

segundo día, encontraron a otro alcohólico en una situación penosa. Estaba<br />

<strong>de</strong>rrumbado sobre la barra. A Bartolomé le parecía conocerlo. Cuando volvió el<br />

rostro, lo confirmó. Era Bernabé, su mejor amigo <strong>de</strong> la época <strong>de</strong> bares y juergas.<br />

Medía un metro setenta y cinco <strong>de</strong> altura y pesaba ciento diez kilos. Era casi imposible<br />

no verlo borracho y comiendo algo al mismo tiempo. <strong>El</strong> alcohol todavía no había<br />

conseguido quitarle el apetito. Lo llamaban «el Alcal<strong>de</strong>» porque le encantaba<br />

pronunciar discursos, discutir <strong>de</strong> política y dar soluciones mágicas a los problemas<br />

sociales. Él y Bartolomé competían por llevarse el título <strong>de</strong> la «lengua más<br />

incontrolable».<br />

—Boquita, ¿qué estás haciendo aquí? —gritó Bernabé sin conseguir articular bien<br />

las palabras.<br />

—Alcal<strong>de</strong>, ¡me alegro <strong>de</strong> verte! —dijo Boquita, y lo abrazó.<br />

Dimas y Bartolomé lo llevaron a una plaza a cincuenta metros <strong>de</strong>l local. Estuvieron<br />

juntos varias horas, hasta que el efecto <strong>de</strong>l alcohol en el cerebro <strong>de</strong> Bernabé<br />

disminuyó. Cuando estuvo un poco más lúcido, le dijo a Bartolomé:<br />

—Te he visto en los periódicos. Ahora eres famoso. Estás traficando con bebidas.<br />

No, no, disculpa, estás haciendo <strong>de</strong> Papá Noel, distribuyendo regalos gratis. Genial —

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