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El vendedor de sueños -- Augusto Cury

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zalamería <strong>de</strong> Boquita <strong>de</strong> Miel y aleteó con las pestañas. Bartolomé se dio cuenta <strong>de</strong> que<br />

la había seducido y se entusiasmó—. Siento <strong>de</strong>cirle que está usted roja como un pavo.<br />

Me parece que va a tener un infarto. Debería ir urgentemente a un hospital.<br />

Como ya había hecho otras veces, Salomón trató <strong>de</strong> hacer callar a Bartolomé, pero<br />

no pudo. Aunque doña Jurema, sí. Le dio un empujoncito con el bastón y le dijo una<br />

frase que también terminó por convertirse en patrimonio cultural <strong>de</strong>l grupo.<br />

—Bartolomé, con la boca cerrada eres insustituible.<br />

Nos dio un ataque <strong>de</strong> risa. Pero doña Jurema se sentía incómoda, se dio cuenta <strong>de</strong><br />

que le ocultábamos algo. Para <strong>de</strong>mostrarnos que todavía era fuerte aunque tuviera<br />

más <strong>de</strong> ochenta años y su memoria estuviese levemente afectada por las fases iniciales<br />

<strong>de</strong>l mal <strong>de</strong> Alzheimer, hizo algunas flexiones y nos pidió que la imitásemos, pero no<br />

fuimos capaces. Dio algunos saltos <strong>de</strong> ballet clásico y nos pidió que lo repitiésemos.<br />

Hicimos el ridículo: torpes y sin ningún sentido <strong>de</strong> la danza, casi nos caímos al suelo.<br />

Estábamos oxidados. <strong>El</strong>la afirmó:<br />

—Sois unos ancianos. ¡Yo, en cambio, estoy jovencísima! ¡Mi salud es perfecta!<br />

¿Dón<strong>de</strong> está el gurú?<br />

«¿Gurú?», me dije. Al <strong>ven<strong>de</strong>dor</strong> <strong>de</strong> sueños no le gustaba que lo llamaran maestro,<br />

y mucho menos gurú. Le dijimos que tenía problemas, que tenía un compromiso y<br />

que no podía hablar con ella. Tratamos <strong>de</strong> taparle la visión para que no lo divisara,<br />

pero ella seguía buscándolo. A esas alturas, Mónica ya había <strong>de</strong>scubierto la farsa. Se<br />

dio cuenta <strong>de</strong> que no éramos más que un montón <strong>de</strong> críos. Nos encontrábamos en un<br />

arduo proceso <strong>de</strong> transformación.<br />

—¿Dón<strong>de</strong> está el gurú? —gritó todavía más fuerte doña Ju— rema.<br />

De repente, oímos un grito <strong>de</strong>l maestro que nos advertía <strong>de</strong> nuestro fracaso.<br />

—¡Es estupendo verla otra vez, señora! —A continuación, dijo lo que más<br />

temíamos—: ¡La invito a ven<strong>de</strong>r sueños!<br />

Mónica no pudo contener la risa, y a nosotros nos invadió un profundo<br />

sentimiento <strong>de</strong> disgusto. No sabíamos cómo salir <strong>de</strong> la situación. Nos sentíamos<br />

incómodos, presos <strong>de</strong> nuestros prejuicios. Nos alejamos un poco y empezamos a<br />

cuchichear.<br />

—¿Qué va a pensar la sociedad <strong>de</strong> nosotros, una banda <strong>de</strong> excéntricos seguidos<br />

por una anciana? Va a ser gracioso. Hasta los periódicos se van a burlar.<br />

—¿Cómo será convivir con ella? Debe <strong>de</strong> andar muy <strong>de</strong>spacio. ¿No será un<br />

tormento esperarla?

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