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Las manifestaciones magmáticas no explosivas tienden a ser póstumas, tal como lo señalaran Spalletti<br />
et al. (1982) y Sruoga y Palma (1984; 1986) y minoritarias (cerca del 10% de los asomos del grupo) y<br />
se manifiestan como domos, coladas lávicas, diques, criptodomos y pórfidos subvolcánicos que se<br />
habrían producido en el Jurásico medio (164,4 ± 0,3 a 163,7 ± 0,5 Ma) y posiblemente en el Jurásico<br />
superior (si tenemos en cuenta que el criptodomo Cerro Blanco modifica las capas de ignimbritas del<br />
Masacote, de edad 162,5 ± 1 Ma).<br />
Esto coincide con un relativo ordenamiento de las erupciones volcánicas planteado por Sparks et al.<br />
(1973), que comienza con depósitos pumíceos de caída, siguiendo por una etapa volumétricamente<br />
importante de ignimbritas y surges y termina con la fase efusiva lávica.<br />
En todos los casos estos materiales lávicos se asocian a grandes fracturas o a intersecciones de<br />
fracturas, tal como lo proponen Panza et al. (1995) cuando describen los lineamientos La Leona-Cabo<br />
Guardián y Cerro Moro-Cerro de Indio. Por lo tanto, la distribución de estos cuerpos está marcando los<br />
antiguos centros emisores de los grandes volúmenes de materiales piroclásticos, los cuales han sido<br />
ocupados por estos materiales póstumos. De este modo, los centros emisores de los materiales<br />
volcánicos del área corresponden a un complejo sistema de fracturas extensionales, que sólo<br />
ocasionalmente pueden generar estructuras de calderas como la del Cerro Torta.<br />
La depositación de los materiales volcaniclásticos retrabajados se produce junto con la actividad<br />
volcánica, aunque con una tendencia a aumentar hacia el final del evento volcánico. Dicha relación de<br />
coetaneidad de procesos está registrada mediante los abundantes materiales fósiles estudiados, que<br />
pertenecen al período Jurásico medio a superior (Bathoniano a Oxfordiano según Stipanicic et al., 1968<br />
y Stipanicic y Bonetti, 1970), coincidiendo con la parte alta del período de efusividad determinado<br />
mediante datos radimétricos (Toarciano-Oxfordiano). Por otro lado, las facies volcaniclásticas en general,<br />
se presentan generalmente al pie de las mesetas de rodados (Ver Mapa Geológico-Metalogénico), por<br />
ende representan el paisaje previo a la depositación de estos sedimentos Terciarios, demostrando que<br />
correspondían al techo de la secuencia volcánica. En forma coherente, las partes más profundas de este<br />
evento volcánico se presentan en los sectores topográficamente más bajos de estas ventanas erosivas.<br />
Las facies retrabajadas se asocian también a la actividad lávica. Por lo tanto, en aquellos momentos de<br />
mayor actividad explosiva se registran escasos materiales retrabajados y en aquellos períodos de menor<br />
actividad volcánica explosiva hay importante actividad orgánica y sedimentaria y es allí donde se<br />
depositan las tufitas de ambientes fluviales y lacustres, asociadas a emisiones lávicas, tal como se<br />
observan en el registro geológico donde la mayoría de los cuerpos lávicos se encuentran vinculados<br />
espacialmente a depósitos piroclásticos de caída o volcánicos retrabajados.<br />
En el Cuadro Estratigráfico se han graficado estas relaciones entre rocas volcánicas de las diferentes<br />
facies, de color rosa la facies volcaniclástica (lisa para la subfacies piroclástica y rayada para la<br />
volcaniclástica retrabajada) y de color violeta la facies magmática.<br />
En función de lo observado en la Figura 3-22 y por las dataciones obtenidas es evidente que el<br />
volcanismo del Macizo del Deseado ha tenido un desarrollo regional. Sin embargo, existe una tendencia<br />
a mostrar menores edades hacia el oeste-sudoeste. Esto puede deberse tanto a la migración del<br />
volcanismo, como a un problema erosivo, pues el sector oriental del Macizo del Deseado es el más<br />
elevado estructuralmente y por ende el que más denudación ha sufrido, tal como queda evidenciado con<br />
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