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¡Alto ahí!
—Los soñadores—
No te das cuenta, pero andan por todos lados.
Cuando vas a una heladería y leyendo el cartel de los sabores te encontrás
con «Pistacho». ¿Pero qué es eso? ¡Pistacho! Hubo un hombre o una mujer
que convenció a alguien que ese debía ser un sabor en su heladería. Y otras
heladerías se contagiaron y lo quisieron. Y el pistacho anduvo muchos años
por todos lados, metido entre la frutilla a la crema y el dulce de leche
granizado. Escondido. Esperando. Queriendo disolverse en algún paladar
humano.
Me imagino la cara del conyugue cuando su pareja llegó con tamaña
propuesta: «Vamos a inventar el helado de Pistacho». «¿QUÉ?». «Sí, eso,
que vamos a hacer helado de Pistacho». «Pero ¿vos estás de la nuca?
¿Cómo vamos a vender un helado con el sabor de un fruto seco?». «Ah, hay
que confiar. Veremos».
Noches midiendo cuánta azúcar ponerle, cuántos pistachos resultarían
adecuados, cuánta leche, miel y yemas de huevo serían las que lo hagan
delicioso. Noches de desvelo, soñando pistacho. Eso hacen ellos, los
soñadores. Sueñan con los ojos abiertos.
No te das cuenta, pero andan por todos lados.
Son los que cumplen años y no se les nota, porque están llenos de vida.
Los que arriesgan un beso en un momento inesperado, en una cita que
tuvieron pánico de concretar. Los hinchas fanáticos de esos clubes de barrio
que nunca ganaron un título importante, los que dejan el trabajo que les
conviene por el que los apasiona. Los que se casan, los que se enamoran, los