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varios pueblerinos y era la porteña líder del grupo. Mi hermano Emmanuel
me odiaba: «Siempre hacemos todos lo que vos querés. Yo digo playa, vos
decís fichines, y vamos a los fichines. ¡Videojuegos se dice, nena!».
Yo me reía. Eran mis únicos quince días de popularidad y no podía
resignarlos. En Santa Teresita todo era felicidad. Gustaban de mí los que a mí
me gustaban, andaba en bicicleta todo el día y me bañaban el helado con
chocolate.
«Me dan bola porque soy la más grande, Emma. Y no van a la playa,
porque viven acá, están hartos de la playa». Y él refunfuñaba: «No me
importa lo que me digas. No quiero ser más de tu grupo, me corto solo». Y se
iba. Y a los días volvía a juntarse con nosotros, y a jugar a los fichines.
El verano de mis quince años decidí que no tenía el coraje de rebelarme.
Me iba a unir a lo que se tenía que hacer. Y entonces, como todas mis
amigas, empecé una dieta. Pesaba 49 kilos.
48. Voy al cumpleaños de Luciana, y por primera vez en la vida, la tana
no logra ciarme de comer.
47. La profesora de Gimnasia me dice que me ve más linda.
46. Aprendo a cocinar para saber las calorías de lo que como.
45. No pruebo más una galletita dulce.
44. Tomo cuatro litros de agua de corrido.
43. No juego más al fútbol con Emma. Tengo sueño todo el día.
42. Un linyera me pide una moneda para comer. Pienso que él no come
porque no puede. Y yo no como porque estoy enferma.
41. No me vuelvo popular. Me vuelvo anoréxica.
Llega un cumpleaños de quince. Me saco la ropa del colegio, y me pongo
un pantalón ajustado y una remera negra. Mi mamá me ve de camino al baño.
Abre los ojos como una lechuza y me frena.
—Magalí, ¿hace cuánto que no comes?
Me quedo callada.
—Emmanuel, vení para acá. ¿Hace cuánto que no almorzás con tu
hermana?
«No sé», le dice él. Me mira y frunce las cejas: «Ella me dice que come
después. Nunca pensé por qué come después que yo». Mi mamá se queda
muda. «¿Vos estás tirando la comida?», me pregunta. «Con lo que a mí me