Create successful ePaper yourself
Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.
hermanos lo abrazan. Yo sigo callada, mirándolo. El que te miente una vez, te
miente siempre, me decía mi vieja de chica. Y yo no me olvidaba.
A la semana mi viejo volvió a desaparecer. Aprovechó que mi vieja salió
a comprar, agarró sus cosas y se fue. Mi mamá lloró durante horas. Yo me
acosté a dormir al lado de ella. No podía llorar. No podía sentir nada.
Ella arrancó a trabajar en dos lugares y habló con Mónica para empezar a
devolverle los doscientos dólares en cuotas. Mónica nunca le creyó que ella
no supiera del préstamo, y cada vez se fueron hablando menos, hasta no ser
más amigas. Casi todos los conocidos de la familia actuaron como ella. Mi
papá aparecía una vez por mes con bolsas de supermercado. Y todos los días
caían llamados de gente que quería cobrarle algo diferente.
Una noche llamó una mujer. Pertenecía a una especie de grupo de
mujeres estafadas por mi viejo. Él les había hecho, según la mujer, el mismo
cuento a todas: Era viudo, había matado en un accidente de tránsito a sus tres
hijos y a su esposa, y desde ahí sólo vivía la vida con dolor. Con ese dolor
conseguía las extensiones de la tarjeta de crédito, el efectivo y los cheques.
La mujer lloraba al oído de mi mamá: «Hasta nos llevó a conocer el lugar de
la ruta en el que había sido el accidente el muy hijo de puta».
Otra noche llamó un hombre: «Si Alfredo no aparece con la guita, les
lleno la cabeza de piorno a todos».
Una mañana llegó una carta documento. La casa estaba hipotecada. La
iban a rematar.
A veces, mi papá llamaba por teléfono y decía: «No puedo devolver la
plata porque estoy pagando el tratamiento de diabetes». Decía: «Estoy
pagando los remedios del cáncer». Y yo entendí que mi papá estaba enfermo.
No de lo que decía. Estaba enfermo de mentir, de ser otro, de jugar con las
personas, de desamor, de abandono.
Voldemort, empezamos a llamarlo. Como el innombrable de Harry
Potter. Y tenía sentido. Ya no lo podíamos nombrar. Quizás por dolor, quizás
por decepción, quizás por vergüenza, quizás por odio. Mi papá ya no salía de
la boca de ninguno de nosotros. No existía.
Una tarde agarramos los álbumes de fotos y empezamos a recortar su cara
de todos lados. Fue un acto estúpido, de ira, y con ánimos de olvidar. Ni
muerto ni vivo. Desaparecido. Así estuvo durante años mi papá.