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—Dale, es un chiste.
—No, boluda, te juro que no.
Angie, de copilota, tartamudeaba:
—Bue… Bueno, está bien, no… No es que va a cambiar algo. Pero ¿en
serio?
Manu al lado mío sonrió:
—¡Yo sabía! ¡Yo lo sabía!
Empecé a decir una catarata de palabras mezcladas, intentando relatar
cómo había llegado al lugar en el que estaba establecida en ese momento.
Silvi manejaba, ahora, muda y Angie seguía tartamudeando, exponiendo que
realmente no tenía importancia, que era un detalle, que cada uno hace de su
vida lo que quiere. Manu dio comienzo a un discurso sobre la sexualidad y la
libertad, en el que terminamos todas inmersas hasta que Silvi miró a Angie y
le dijo:
—¡Pará! Anshu, si a Maga le gustan las minas, entonces… ¡Más hombres
para nosotras! ¡Es genial!
Y con las risas rompiendo el aire, y lo oculto volviéndose cotidiano, la
paz se hizo presente.
Después de ese viaje llegaron preguntas, muchas. Y con ellas las
respuestas. A veces claras, a veces confusas. A veces silencio. De la
sexualidad pasamos a conocer nuestras familias, pasado, miedos, sueños,
vacíos y angustias. Ni lo más terrorífico pudo lograr que no luciéramos
bromas al respecto.
—¡Hagamos un ranking de los mejores padres!
—Dale, Sil. Igual es obvio que gana el tuyo pero no cuenta porque está
muerto.
—Ay, sí. Me di cuenta que odio la canción del mundial porque dice:
«Decime qué se siente tener en casa a tu papá» y no sé.
—Pará, pará, vamos todas: Silvi, decime qué se siente…
También llegó un grupo de trabajo después de ese viaje. Chicas de pie, lo
llamamos. Y con ese nombre recorrimos el conurbano y capital, tratando de
hacer reír a muchos extraños, por muy poco dinero.
Las funciones me fueron demostrando que incluso en un arte que consiste
en subirte a un escenario solo, es importante tener a alguien que te abrace