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Arde la vida - Magali Tajes

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cuando no estás. Sé que en este momento no te puedo dejar, pero apenas

pueda lo voy a hacer. Porque nunca me vas a querer como yo quiero que me

quieras, y yo nunca te voy a querer menos que así». Me quedo pensando. «Es

horrible lo que me estás diciendo». «Sí, bueno, es lo que siento». «Yo no te

meto los cuernos, si esa es tu idea. El celular me suena por las chicas y es

cierto que no te alcanza lo que te doy como es cierto que no te puedo dar más

que esto. Y estás conmigo por eso, aunque te enoje. Vos no me querés a mí,

querés lo imposible de que yo te quiera como vos querés».

Unas tantas discusiones después de ese día, nos separamos, y ella viaja al

sur. Unas tantas noches después de su partida, lo encuentro a él en el Konex.

«No me gustó la bomba del tiempo». «A mí tampoco, todas las canciones

iguales». «Hay que ir fumado o borracho ahí, sino no te copás». Los dos

conversamos en su auto de algo intrascendente, porque los silencios entre

nosotros representarían un peligro. Pero entonces digo algo y él no responde.

Nos miramos, y me besa. Y lo beso. Y nos besamos. Y el auto se maneja

solo, como si pudiera entender que en este momento su dueño no puede

hacerse cargo de su funcionamiento. Nos separamos y nos reímos. Le

acaricio la nuca y él estaciona. Yo trago saliva, estoy muy sobria para tener el

coraje de invitarlo a subir a mi departamento. Sin embargo, lo vuelvo a besar.

Y él me toca la cintura. Y yo me siento encima suyo. Y no pienso en nada

más. Ya no puedo pensar.

«Escuchame. Quiero que pase algo, pero no puedo asegurarte que vaya a

durar. Es complicado. Quiero estar con vos hoy, ¿vos querés estar hoy

conmigo?». Él asiente. No pide explicaciones. Bajamos del auto y subimos a

mi departamento.

Nos desvestimos con torpeza, como si fuésemos novatos. Estamos

nerviosos y se nota. No paramos de hacer chistes, tampoco de besarnos. Su

barba me irrita la piel. Mi cuerpo está desacostumbrado al cuerpo de un

hombre, y en un error de hábito, le busco con las manos los pechos que no

tiene. Me muerdo el labio, sonriendo, y le acaricio el pelo.

«Te queda lindo el nuevo look». «Parezco medio puto». «Ah, pero eso

porque sos medio puto». «¿Qué decís, tonta?», pregunta con voz afeminada.

Nos reímos. Me acaricia el brazo y habla: «Yo pensé que vos eras lesbiana».

Sus palabras me atraviesan la garganta, dejándome muda. «Al principio,

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