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Arde la vida - Magali Tajes

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«Porque dejé la bici en su patio». «Mentira». «No te estoy mintiendo,

mamá». «¿Cómo vas a desaparecer así, Magalí?». «Pero si les avisé que

iba». «No».

Me llevó al baño, abrió la ducha de agua fría y me pegó hasta que me

salió sangre de la nariz. Ahí paró. Recuerdo su cara de asustada. No sé si le

dio impresión la sangre o si sintió miedo de ella misma. Se alejó y me dijo:

«Qué sea la última vez que estoy tantas horas sin saber dónde estás». A mí

me hubiera alcanzado con que sólo que dijera eso.

Escondía todas las pruebas desaprobadas en los bolsillos de un osito de

peluche, en libros de la biblioteca, entre la ropa. No sé por qué no las tiraba.

Una noche, mi vieja encontró una de Ciencias Naturales. «Magalí, vení para

acá, quiero hablar con vos». «¿Qué?». «¿Qué es este regular en

Naturales?». «Pasa que había prueba sorpresa, a todos nos fue mal». «A mí

no me importan todos». «Pero te juro que fue sorpresa», mentí. «Siempre

tenés pruebas sorpresa vos, qué curioso». Entonces llegó mi viejo. «Alfredo,

otra vez escondió una prueba». «¿Otra vez, Magalí? Vení para acá». «No».

«Vení para acá». «No». Mi papá se empezó a acercar despacio y yo me alejé

con la misma lentitud. De repente, se largó a correrme y yo di infinitas

vueltas alrededor de la mesa de la cocina, y por roda la casa, para que no me

alcanzara. Mi cuarto no tenía puerta, no me podía esconder ahí. Entonces me

refugié en el baño. La puerta era corrediza y yo la empujaba contra el marco

con toda la fuerza del mundo, antes de darle media vuelta de llave. «Salí,

Magalí, vamos a hablar». «No, me vas a pegar». «No te voy a pegar, salí».

«No te creo». «No te voy a pegar, hija». Yo intenté recuperar la respiración

mientras dudaba si confiar o no. Pasó media hora y ya nos cansamos: Ellos de

hablar, yo de estar encerrada. «Si salgo, ¿no me pegan?». «No. Abrí la

puerta». Y llegó el primer cachetazo.

Cuando ya andaba por los dieciocho años, llegué de la casa del que

entonces era mi novio, a las siete de la mañana. Mi mamá estaba limpiando

frenética el suelo con un secador y un trapo de piso. «Te mandé mensajes

toda la noche». «No tengo señal en lo de Leo». «¿Estabas en un telo,

pendeja?». «No, estaba en la casa de Leo». «¿A vos te parece tenerme con

los ovarios en la garganta? ¿Cuántas veces te dije que me tenés que avisar

dónde estás?». Le respondo que no hice nada malo. Discutimos. Le doy la

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