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Arde la vida - Magali Tajes

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inventar diferentes miradas para el mundo y posibilidades locas de vivirlo.

Flashear. Animarme. Incomodar. Hallarme. Perderme. Reencontrarme.

Pasarla muy bien. Pasarla muy mal. Es insistir, es decir «Estoy acá, te quiero

contar algo que, para mí, vale la pena contar».

En esa vorágine de emociones, conocí a Angie, Sil vi y Manu. ¿Alguna

vez tuviste la sensación de haberte cruzado con una persona en otra vida? Eso

me pasó con ellas. Al principio, no caí en la cuenta del nivel de confianza

irrisorio que teníamos. Sin embargo, el tiempo desnudó ese milagro. El

tiempo hace muchas cosas: Alivia angustias, exagera alegrías, inventa

recuerdos, te regala nostalgia, fortalece o quiebra relaciones. El tiempo pasa,

y mientras pasa, juega con tu vida, con vos. Te cambia. Te hace equivocar

con la misma piedra. ¿Te pone triste que pase el tiempo? A mí también.

No hay remedio contra el tiempo.

Hay cirugías, retoques, cambios de peinado, de moda, de gustos, de

amigos, de trabajo, de pareja y de escala social. Pero no remedio.

Ellas, casi sin percibirlo, se fueron convirtiendo en mi lugar seguro. Ahí

donde la tormenta no me empapaba, y me rompía los huesos. Ahí donde me

convencían de que atravesar la tormenta es la única forma de lograr que pare

de llover.

Yo no me animaba a contarles que, en ese momento, estaba de novia con

una chica. Y eso era un muro entre nosotras. Ninguna mencionaba esa

enorme pared, pero deduzco que todas las sentíamos.

Los encuentros se me hacían cada vez más incómodos. Terminaba

cambiando el pronombre «ella», por «él». Inventaba historias. Me odiaba por

no poder decir algo tan simple como: Mi sexualidad es un poco diferente a la

de ustedes.

Que en definitiva es eso. Sólo una elección distinta. Y no es que una

pueda elegir sentirla. Una sólo elige vivirla o no.

Decidimos hacer las cuatro una gira de stand up por Rosario. Y entonces,

en el viaje de vuelta, junté coraje y se los dije.

—Chicas, soy bisexual. Bueno, algo así, si hay que etiquetarlo.

Silvi, que estaba al volante, se enderezó.

—¿Es un chiste, Maga?

—No, posta.

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