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no entendía bien por qué, pero me gustaba ser el baúl de los secretos de esos
extraños. Ellos relataban sus historias, y yo los escuchaba. No porque fuera
buena, sino porque siempre me fascinaron las historias. Hay gente que está
muy loca en el mundo, y eso no es una novedad. También hay gente muy
brillante. Idiota. Servil. Confundida. Irónica. Perdida. Maldita. Ambiciosa.
Yo no me negaba a las historias de ningún extraño. Y les voy a contar un
secreto: Hasta el más hijo de puta, tiene un buen acto. Hasta el más cordero,
puede ser lobo.
Estamos en un bar, tomando algo. Hablamos de su abuelo alemán, me
cuenta que fue nazi. Yo, sorprendida, le pregunto si quiso decir que fue
asesinado por los nazis, y me dice que no, que era nazi. Me dice que él
también tiene sentimientos nazis. ¿Cómo cuáles? Y empieza a decir todas
esas frases que los argentinos conocemos bien: Hay que matar a todos los
negros. Hay que poner bombas en las villas. Europa es otro mundo.
Le digo que no estoy de acuerdo, y que además estoy incómoda. Me pide
disculpas, y me cuenta que él ama al abuelo. Que se crio con él, y que supone
que es normal que tenga muchas de sus ideas. Me dice que el papá se suicidó
cuando él era un nene. Que se pegó un tiro en la sien porque fundió la
empresa. Mi abuelo ya murió, me dice. A veces lo veo. ¿Lo ves o lo sentís?
No, lo siento. Pero yo sé que es él.
Estoy en una fiesta, tirada en un sillón. Un pibe se sienta al lado mío. Es
muy flaco, está pálido y pasado de merca. Le pregunto si está bien. Me dice
que no, que se cagó encima. Le pregunto si quiere que lo ayude, que podemos
pedirle algo de ropa al dueño de la casa para que se cambie. No me contesta.
Yo lo miro un tiempo largo. Tengo miedo de que se desmaye. Tengo terror
de que se muera ahí. «Yo no me puedo drogar más», se queja, «soy un
pelotudo. Mi vieja se llega a enterar que yo me drogo y se muere. Es lo más
grande que hay mi vieja, ¿sabés? Es lo más grande».
Le digo que no es fácil salir de la droga, pero que tengo amigos que lo
hicieron. Que lo puedo acompañar un día, si quiere, a Narcóticos Anónimos.
«Ni en pedo», me dice. «Yo la voy a dejar solo. Ya está, este es el último día
que consumo. La merca no es nada, boluda. ¿Sabés cuántas cosas probé?
Coca, paco, nafta»… Nombra drogas que ya no recuerdo, y que no conozco.
«¿Sabés cuántas veces caí en cana por robar, para tener un mango para la