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Arde la vida - Magali Tajes

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Asiente.

Salimos a su jardín y nos sentamos en el suelo. Dos abejas vuelan

alrededor nuestro. Él me dice que me quede quieta. «Moviste con el pie a la

abeja que maté hace un rato». Frunce las cejas. «Tranquilas, chicas, ya se

pueden ir yendo». Me quedo mirando a la abeja muerta. «¿Vos decís que

llamé a las abejas cuando moví a su compañera?». «Sí». «¿Pero cómo saben

que la moví?». «Debe largar algún olor que las otras reconocen». «Ah… ¿Y

por qué pican las abejas? ¿Nos confundirán con flores?». Él me mira, medio

enojado. «No, boluda, porque piensan que las vas a atacar y se defienden. El

instinto las lleva a picarte». «Ah, claro. Por eso me dijiste que no me

mueva». «Sí». «¿Y creés que le avisarán a la abeja reina que murió una

compañera?». «Puede ser. Ahí se fueron». «Sí. ¿Y vos siempre les hablás a

las abejas?». «Sí, yo les digo que se calmen, y ellas entienden». «¿Qué sos?

¿El domador de abejas?». Soltamos una carcajada.

La lengua se me empezó a dormir y las palabras me salen arrastradas.

Siento cosquillas en todo el cuerpo. Y mucha tranquilidad. Me muevo lento,

me cuesta caminar, es como un efecto zombi en cada paso. «¿Y cuál es la

diferencia entre aspirar y fumar?». «Es otro viaje». «No está bueno el efecto

de la merca, ¿no?». «No, te pone reduro». «A nadie le gusta la merca». «Sí,

boluda, sino nadie la tomaría». «Sí, ya sé, pero todos dicen que es una

mierda». «Sí, puede ser, yo no volvería a tomar nunca más… Solamente un

Bariloche cada tanto». «Está bien, no tomes». «Vos tampoco». «No».

Me quedo callada un tiempo. La sensación de tranquilidad se está yendo,

me empiezo a sentir cansada y de malhumor. Volvemos al sillón a mirar

fútbol. Yo escucho unas voces en la puerta. No entiendo si son reales o las

sueño. Me quedo dormida. Abro los ojos. Los vuelvo a cerrar. Los vuelvo a

abrir. Los vuelvo a cerrar. Me lloran. Agarro el celular y pongo la cámara

para verme. Los tengo inyectados en sangre. Ya no siento la lengua. Tengo

mucha sed y el cuerpo me arde. Él me pregunta si quiero fumar otro. «No, ni

en pedo». «Dale, uno chiquito». «No, ni en pedo, la experiencia ya la tengo».

Se queda dormido y yo mirando la nada. Pienso que la cocaína es como

cuando te hacen cosquillas. Primero estás muerto de risa y después te duelen

y te enojan. Como esa noche de sexo increíble, con alguien que no te llama

nunca más. Que te planta. Que te deja solo. Entiendo eso ese día: La droga te

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