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Doce canciones
Nunca me gustaron los karaokes. Pero mis amigas insistían en festejar sus
cumpleaños ahí. Incluso emborrachándome me resultaban extremadamente
aburridos. Mis motivos son simples: No canta bien la gente que va a los
karaokes, es casi un milagro que alguien afine dos notas seguidas. El
presentador del show suele ser insoportable. Siempre arman en el escenario
un baile entre erótico y patético de parejas de desconocidos por una botella de
champagne. El cancionero es malo y antiguo. Te sentís muy boludo leyendo
la letra de la pantalla. La comida es muy fea. «Yo tomo licor, yo tomo cerveza
y me gustan las chicas», es estadísticamente la frase que más elige ladrar una
manada de gente en pedo, saltando de acá para allá, robándose el micrófono
(que funciona mal) unos a otros, y pronunciando con gracia «la cumbia me
divierte y mesita».
—Me dijo que primero vamos a ir a una especie de función de karaoke, y
que después vamos a hablar.
—¿QUÉ? ¡¿Cómo un karaoke?! ¿Me estás jodiendo, Maga? ¡Andate de
ahí!
—No me puedo ir. Si vamos a cortar, es lo mismo en un karaoke que en
cualquier lugar. Yo rindo un parcial en cuatro días, necesito resolver esto