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Arde la vida - Magali Tajes

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verdad. Cuando empecemos una clase, hablamos». Ella se rio. Me explicó

los honorarios y quedamos en vernos el viernes siguiente. Así fue cómo nos

conocimos.

En menos de un mes, yo dejé de ir a la academia y empecé a estudiar en

su casa. Nos quedaba mejor a las dos. Mónica sabía mucho de filosofía,

música y poesía y a mí me resultaba fascinante mezclar el have y el has con

Pizarnik, Zizek, el Indio Solari y Nietzsche. Todas las mañanas que

estudiábamos, ella nos preparaba un café con crema a cada una, nos

contábamos la semana en inglés y después empezábamos con el estudio. A

mitad de la clase, en medio de discusiones políticas y sociológicas, nos

enredábamos los idiomas y terminábamos hablando en español y en inglés.

Al final me decía: «Te cobro la mitad, porque lo que conversamos en español

no cuenta». Yo, a veces, aceptaba. Sin embargo, sabía que todo tema que

tocábamos, sin importar en qué idioma, contaba como aprendizaje. Mónica

me enseñaba inglés, y también a leer, a pensar, a sentir y a vivir.

Decía cosas insólitas que me desarmaban de risa. Como que se había

divorciado de su primer marido porque era «demasiado feliz». O que por

terminar con el hambre del mundo se cortaría un dedo.

Una mañana, llegué a la casa de Moni llorando. Habían pasado dos días

desde la ruptura en el Karaoke. Hicimos la clase entre mis lágrimas y su

expresión de pena. Esa mañana hablamos tres horas del dolor, del desamor,

de la aventura, del tiempo, del olvido y de lo efímero. Ella me abrazó fuerte y

fue la primera vez que la sentí mi amiga. Ya no teníamos retorno, éramos

alguien importante para la otra.

Con los meses, empecé a cambiar. El peinado, las ganas, la forma de

vestirme, y las ideas. Casi ya no leíamos libros en inglés, nos íbamos

conociendo desde otros lugares. Moni estuvo presente en todo ese duelo. Me

dio sus consejos, sus anécdotas, sus errores, sus limitaciones, y sus miedos.

Un día, llegué a su clase y me quedé callada. Ella me preguntó qué me

pasaba y suspiré.

—Tengo un secreto que contarte —le dije en inglés.

—¿Estás embarazada?

—Ay, no, ¿por qué siempre es la primera opción de la gente?

—¿Sos lesbiana?

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