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ver a las personas tan felices todo el tiempo. Él se rio. «¿Vos crees que les
pagan a los empleados para que te sonrían?». «Sí, estoy segura, sino ¿quién
puede sonreír tanto?». «Nadie, tenes razón».
Él venía de Los Angeles, sorprendido por la cantidad de homeless que
había allá. «Acá también hay un montón». «Sí, pero allá son muchos más,
creeme». «Guau». «También es increíble la cantidad de gente que vi
hablando sola. Primero pensé que tenían un celular, pero después me di
cuenta que no, que están idas». «¿Y viste como tienen la piel las personas de
la calle? ¿Es por el frío, no?». «Sí. Y también porque nadie les da una mano,
Magui. Acá no tenés laburo y no tenés nada. Ni ropa, ni comida, ni casa, ni
salud». «No me gustó Estados Unidos, Lucho». «¿En serio? A mí me
encanta. Vendría a vivir acá». «No, yo la pasé muy bien, pero no volvería».
«¿Por qué?». «Porque a nadie le importa nadie y porque hay reglas para
todo. Incluso cuando vas a ver básquet, te dicen cuándo alentar, cuándo
pararte, cuándo sentarte de nuevo. Dejame tranquila, flaco, estoy mirando
un partido». Luciano se rio. «Sí, son bastante estrictos, pero eso hace que
funcione bien el país también. ¿Qué equipo fuiste a ver?». «A los Heats, en
Miami». «Uh, me encantan los Heats». «A mí también me gustaron».
Esa noche cenamos juntos y después fuimos a jugar al Ludomatic en la
sala de estar del hostel. Había tarjetas con los nombres de las ciudades y
competíamos para ver a cuál de los dos le tocaba Buenos Aires. «Cerrá los
ojos». «¡No! Te tocó». «Shh, vos cerrá los ojos». «Bueno, a ver». Cierro los
ojos y Luciano me besa. Me quedo paralizada. Él sigue besándome. Se
detiene y me pregunta: «¿Sos lesbiana?». «No sé». «Fue el beso más raro del
mundo, Magui». «Sí». «No reaccionaste». «Es que me sorprendiste». «Me
tocó Buenos Aires», dice mostrándome la tarjeta. Seguimos jugando como si
no hubiera pasado nada, que en realidad es lo que pasó: Nada.
Corrieron las horas, él me dejó su notebook para que yo enviara unos
mails y nos despedimos con un saludo en la mejilla. Me quedé pensando por
qué me dejó paralizada cuando me besó. Pero perdí conmigo misma: No supe
y no sé no sentirme perdida en mi sexualidad.
Pasó la semana y llegó la hora de volver. Como era esperable, me perdí
camino al aeropuerto. Llegué con los minutos contados. Una vez adentro, me
perdí en los locales, buscando el baño, tomando un café, y entre las personas.