You also want an ePaper? Increase the reach of your titles
YUMPU automatically turns print PDFs into web optimized ePapers that Google loves.
creérmelo. Y no sale. No es veraz. La nena se fastidia, y empuja más fuerte.
Correte, adulta. ¿No ves que queremos jugar? Y entonces un compañero hace
el espacio para que surja un personaje y yo me olvido de mi edad y mis
complejos, y actúo. Y él me sigue. Y yo lo vuelvo a intentar. Y se suma una
compañera. Y estamos, de repente, envueltos en una trama que no planeamos,
involucrados en una realidad suspendida, paralela, y más humana. Así de
sencilla y así de loca es la máquina teatral.
Todos los miércoles una nueva experiencia. Mirar a alguien a los ojos, sin
prejuicios. Tomar la mano de alguien, sin excusas. Reír porque sí. Llorar
porque sí. Morir. Pelear. Soñar. Dejar. Ilusionarse. Tomar aviones invisibles,
correr sin estar apurada, hacerse preguntas existenciales, callar sin la
incomodidad del silencio. Fundirte en un abrazo con alguien que apenas
conocés. Emocionarte en esa intimidad espontánea. Y besarte, ciertas veces,
con la pasión con la que se besa a los grandes amores. Y enojarte, ciertas
veces, con la furia que se despierta con las grandes decepciones. Darte cuenta
de que todos esos personajes que hacés tienen algo tuyo, que hasta ese
momento, era ajeno a vos.
El teatro me permite vivir muchas vidas en una sola. Me es imposible no
ser feliz mientras actúo. Soy feliz incluso cuando me aburro de mí, cuando
estoy cansada de la semana y la ciudad, cuando estoy triste. Se encienden las
luces y esas cosas se disipan, pierden valor. La ficción golpea la puerta y yo
le abro, y la dejo pasar. Le recuerdo que siempre es bienvenida. Le pido
disculpas por no haberle dado antes la dirección para llegar. Y le agradezco
que me ofrezca una realidad diferente a la de todos los días, y en simultáneo,
tan igual.
Uno de los más grandes regalos que me dio el teatro se llama Florencia.
Yo venía cansada de hacer stand up con mis herramientas, y ella prometió
brindarme nuevas. Al principio, como siempre, desconfié. Entonces ella me
miró de arriba a abajo, y me preguntó: ¿Por qué no venís con zapatillas a
entrenar? Porque no uso zapatillas. ¿Cómo que no usás? No, no uso. ¿Y si
vas a una plaza? Tampoco. Me pongo sandalias. Se quedó unos segundos
callada, con los ojos entrecerrados y decretó: Bueno, ahora vas a hacer stand
up en zapatillas. ¿Qué? No, no, no. Yo hace años que no me pongo zapatillas.
Por eso. ¿Cómo por eso? No. ¡Voy a quedar como una crota! No te estoy