Create successful ePaper yourself
Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.
de un corpiño al lado del shampoo, o el D. N. I. en el cajón de los cubiertos.
Tiro la cartera en una silla, intento liberar espacio de la mesa. Prendo la radio.
El silencio podría ser devastador.
Huelo el trapo con el que voy a limpiar la mesa, no recuerdo dónde tengo
los miles de trapos que fui comprando porque sólo uso ese. Lo enjuago
porque tengo miedo de mi propio trapo. Junto la basura y camino al tacho. El
tacho rebalsa. Pero siempre entra un papel más. Protesto: «Tenés que ser más
prolija, Magalí». Sufro del Alzheimer del que vive solo. A los cinco minutos,
revoleé las zapatillas y me senté a pavear con la computadora. En mi casa la
ley soy yo. Y uno nunca está listo para gobernar, siempre anda necesitando
de algún otro que le indique el camino. Esto así, esto asá. Y no, no hay otro.
En mi casa la ley soy yo. Si compro seis mandarinas, y no como seis
mandarinas, se pudren. En mis manos está la vida de esas mandarinas.
¡Cuánto poder! ¡Cuántas elecciones! Abro la heladera, y agarro una
mandarina. Uf, la salvé. Procuro no tocar nada, no quiero impregnar cosas
con el perfume tan particular del fruto. Pero sufro del Alzheimer del que vive
solo, y a los cinco minutos, ya estoy agarrando el control remoto para
cambiar la estación de radio. Uy, suena una canción que me gusta. Subo el
volumen. Canto a los gritos, escucho un ruido afuera. Bajo el volumen. Temo
que algún vecino me toque el timbre: «Oiga, ¿podría desafinar más bajo?».
No pasa nacía. Vuelvo a cantar a los gritos. La emoción me dura una media
hora. Después empieza a sentirse inútil. Decido comer. Apago la radio.
Pongo algún programa de televisión, y empiezo a cocinar. No tengo la
mínima idea de lo que pasa en el programa de televisión, pero me consuelan
las voces.
Pelo la cebolla, corto el ají, vuelco la salsa de tomate, necesito la espátula,
encuentro que dejé el D. N. I. en el cajón de los cubiertos otra vez. Sonrío.
Aprovecho a ducharme. Ropa en el suelo, promesa de acomodarla. Agua que
cae y se lleva todo. Se van los enojos, se van los problemas, se van las
preocupaciones, se va el día. Salgo de la ducha, dejo huellitas de agua por
todo el monoambiente. Improviso un pijama. Me pongo una media de cada
color. Se me desordenaron un día y nunca pude volver a unir un par. Está
bien, estaban juntas hace mucho tiempo. Que vivan otra vida, con otra media.
Así es también, a veces, la realidad.