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—Pero ¿no te diste cuenta que no me quería?
—No. Me distraje horas mirando una flor.
—No podrías ser un Dios en el mundo del derecho.
—Bah. No te creas. El Dios al que le rezan los de allá hace cosas mucho
peores.
El pueblo gobierna, y el Estado escucha. Cuando los mundoresvianos se
drogan o emborrachan, empiezan a comportase como los del mundo del
derecho. Entonces mienten, exageran, faltan a los códigos, y comen cosas
dietéticas. Se preocupan por el futuro, trabajan infinitas horas, y pasan más
tiempo frente a la televisión que usando la imaginación.
La sexualidad no está dividida por categorías en el mundo del revés. Ellos
entienden que no es relevante. Cuando quieren insultar a alguien, enojados
gritan: «¡Ojalá que no juegues nunca más como cuando eras chico! ¡Ojalá
visites las montañas y no te gusten! ¡Ojalá tomes el café con edulcorante!».
Los bares están pintados con poesía. En las clases universitarias, los
alumnos participan, y los docentes se desesperan por aprender de ellos. Los
teatros están llenos y las cárceles vacías. El desamor no es una desgracia, es
una experiencia. Los periódicos no tergiversan, informan. Ninguna persona
es millonaria. Tampoco alguien muere de hambre. Hay muchas hamacas, y
pocos vicios.
A veces los del mundo del derecho visitan a los del mundo del revés. Y
cuando estos cuentan cosas de su planeta, los mundoresvianos los miran
sorprendidos y piensan: «¡Qué raros! Quién podría vivir en un mundo así»…