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Arde la vida - Magali Tajes

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—Pero ¿no te diste cuenta que no me quería?

—No. Me distraje horas mirando una flor.

—No podrías ser un Dios en el mundo del derecho.

—Bah. No te creas. El Dios al que le rezan los de allá hace cosas mucho

peores.

El pueblo gobierna, y el Estado escucha. Cuando los mundoresvianos se

drogan o emborrachan, empiezan a comportase como los del mundo del

derecho. Entonces mienten, exageran, faltan a los códigos, y comen cosas

dietéticas. Se preocupan por el futuro, trabajan infinitas horas, y pasan más

tiempo frente a la televisión que usando la imaginación.

La sexualidad no está dividida por categorías en el mundo del revés. Ellos

entienden que no es relevante. Cuando quieren insultar a alguien, enojados

gritan: «¡Ojalá que no juegues nunca más como cuando eras chico! ¡Ojalá

visites las montañas y no te gusten! ¡Ojalá tomes el café con edulcorante!».

Los bares están pintados con poesía. En las clases universitarias, los

alumnos participan, y los docentes se desesperan por aprender de ellos. Los

teatros están llenos y las cárceles vacías. El desamor no es una desgracia, es

una experiencia. Los periódicos no tergiversan, informan. Ninguna persona

es millonaria. Tampoco alguien muere de hambre. Hay muchas hamacas, y

pocos vicios.

A veces los del mundo del derecho visitan a los del mundo del revés. Y

cuando estos cuentan cosas de su planeta, los mundoresvianos los miran

sorprendidos y piensan: «¡Qué raros! Quién podría vivir en un mundo así»…

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