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Arde la vida - Magali Tajes

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perros, ancianos, estrellas de rock, pájaros, superhéroes. Toquemos timbres y

salgamos corriendo, sorprendámonos de que exista algo tan hermoso como la

luna, preguntémosle a alguien: «¿Pero cómo puede ser que la veamos de

todos lados?», hablemos en un italiano inventado, y un español torpe.

Vayamos a la heladería y pidamos «Por favor, heladero… un cucurucho de

dulce de leche barnizado», caminemos por Plaza de Mayo y gritemos locos

de alegría «¡Pero qué lindas “estuatas” tiene mi país!». Escribamos una

carta que tenga más dibujos que palabras, y muchos colores. Hagamos un

hombrecito de palitos y chizitos, tomemos chocolatada y no nos limpiemos

los bigotes que nos deje. Corramos. No por ejercicio, no por llegar más

rápido a un lugar. Corramos por correr. Por el viento en la cara, y la

sensación de vértigo.

Digamos una declaración de amor que nos ponga rojos de la vergüenza.

Pateemos lejos una pelota, vayamos a buscarla. Protejámonos con una sábana

de todos los miedos. Hablemos de nuestras preocupaciones… Con nuestro

amigo invisible. Peleemos a muerte con alguien. Logremos que nos perdone

por regalarle un chupetín. Ensuciémonos las zapatillas caminando por una

plaza embarrada. Tapémonos los ojos para escondernos de alguien. Subamos

a un colectivo cualquiera, y trastornemos al chofer preguntándole: «¿Ya

llegamos?». «¿Cuánto falta?». Compitamos con otra persona a ver quién

hace el globo de chicle más grande. Trepemos un árbol.

Y quizás, así, jugando a ser niños, nos acordemos lo lindo que es jugar.

Y nos animemos…

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