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Arde la vida - Magali Tajes

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Entramos al cuarto y mi mamá está gritando que se quiere morir, que por

favor alguien la mate, que no aguanta el dolor. Me quedo apoyada contra la

pared, me angustia verla así. Y entonces empieza a decir «médicos putos,

denme algo para morir», y me río. Mi papá y mis hermanos le dicen que se

tranquilice, mi hermano más chico le agarra la mano y se queda al lado de

ella. Mi mamá se calma. Me acerco y le digo que salió todo bien, que duele

mucho pero que va a pasar, que ya nos va a volver a cagar a pedos a todos.

«Dale, gallega, ya no vas a retar Trata de no hablar, trata de dormir». «No

quiero dormir, no me puedo dormir si me duele, Magalí. Llamen al médico».

«Ya viene el médico, mami». Mi papá empieza a llamar a sus amigos, a

decirles que salió todo bien. Camina de un lado para otro en la habitación. Mi

mamá susurra: «Pa. Pablito. Vení»…

Mi viejo se acerca y le sostiene la mano. Mi mamá le pide que se acerque

un poquito más y le dice bajito: «¿Por qué no te vas a hablar con ese

teléfono a la concha de tu hermana?».

«No creo que tenga señal ahí», la cargo. Mi hermano Daniel se tienta.

«¿Y vos de qué te reís, boludo? Siempre te reís como un boludo». Nos

tentamos todos. «A la gallega con la droga le pinta la agresividad», digo,

«menos mal que no fuma marihuana». No nos podemos parar de reír.

«Llamen a ese médico del orto que me operó para que me dé algo, no puedo

más del dolor, no puedo más, la puta que los reparió». Llega el doctor y le

pregunta si le duele. Mi viejo le dice que sí, que no puede más. Pero mi

mamá, pone voz de señorita y dice: «Sí doctor, me duele un poco… Por

favor… Deme algo».

Mis hermanos y yo salimos de la habitación, muertos de risa. Los miro.

Hace cuánto que no estamos juntos los tres, qué loco. Mira lo que nos reúne.

Mi vieja se cura. Me voy a vivir sola. Ella empieza a viajar. Conoce el

país donde nació mi abuela. Decide que quiere ir la universidad, también

empieza yoga. Le regalo un libro, le gusta. Algunas veces, almorzamos todos

juntos, y yo empiezo a imitarla: «Pablito. ¿Por qué no te vas a hablar con

ese teléfono a la concha de tu hermana?». Nos reímos a carcajadas. Mi papá

dice que fue a la concha de su madre, y mi mamá que no, que fue a la de su

hermana.

Me subo a otros escenarios. Nunca más hago el chiste de la zeta. Paso

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