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virginidad ¡dos veces!». Soltamos una carcajada.
A las semanas, arreglamos para que me acompañe a un boliche gay. Elijo
al azar el primero que aparece en el buscador de internet. Y cruzo los dedos.
Así aparezco un viernes, a la una de la mañana, en la fila de un lugar que
de afuera se adivina antro. Diego me manda un mensaje. Va a llegar una y
media.
Señor, yo sé que somos el pueblo elegido, pero por una vez, ¿no podrías
elegir a otro?
Se me viene a la cabeza esa frase de un cuento judío que me hace reír.
Estoy muerta de nervios y de frío. Son las dos y de Diego no hay noticias. La
gente de la fila ya ingresó al boliche, así que me muevo a la parada del
colectivo que está al lado. Hay un chico sentado ahí hace rato. Tiene el pelo
negro, peinado con gel. Es muy blanco, alto, y lleva puesto un cinturón con
una estrella plateada. Me doy cuenta que está esperando a alguien.
—Disculpá, ¿sabes si está bueno este lugar?
—Eh… Sí, sí, está bueno.
Mi pregunta lo incomoda. Quizás porque es un boliche gay, y
respondiéndome una sola cosa, me responde dos.
—Pero… ¿Vos querés entrar?
—Sí, estoy esperando a un amigo. ¿Pasan música copada?
—¡Síiiiiiiii!
Su grito me sorprende y me hace reír.
—Yo te veía hace rato parada pero ni ahí me imaginaba que podías llegar
a entrar acá. ¡Qué linda que sos! ¡Muy linda! ¿Sos lesbiana? No. Sos
bisexual.
—Soy Magui. Hola.
—¡Hola! Yo soy Ángel. Y sí, soy gay. Yo le dije a mi mamá: Mamá, a mí
me gustan los hombres. Y lo entendió, todo bien. A veces salgo con chicas.
Pero tienen que ser chicas lindas, como vos.
—No sos tonto si solamente salís con las lindas.
—Ay, ¡todos me dicen eso! Pero bueno, es así. Ahora no estoy saliendo
con nadie. Antes me comía a uno de los socios de acá —señala el boliche y
hace un gesto despreocupado—. Ahora ya no. Hay mucha envidia en el
ambiente. Ah, pero paso sin fila. ¿Querés pasar conmigo y mis amigos?