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Se vuelve a reír y me abraza.
—Sos una loca vos. No me respondiste.
—Ah. No sé. Los códigos, los gestos, el amor. ¿Sabes qué pasa? Que una
relación se termina, y a vos te queda un recuerdo de esa persona. Y van
pasando los días, y el recuerdo va cambiando. Y hay días que te acordás de
ciertas cosas y sonreís. Y días que te acordás de otras cosas, y llorás. Y días
que no querés saber nada con acordarte. Pero todo se trata de recuerdos, no
de la persona.
—Claro.
—Si me quedo pensando qué extraño, si la quería cuando cortamos, si la
quiero ahora, si los pájaros vuelan… No me muevo. Es un círculo donde
todos los días la respuesta cambia. ¿Qué pasó? Yo qué sé qué pasó. La vida
siguió, y yo seguí con la vida. Y está bien.
—Yo hace cuatro años que estoy enamorada de mi exnovia.
—Uh, boluda. Qué bajón.
—Bajón es lo que tengo ahora, dice Diego, sentándose al lado nuestro.
¿Podemos salir a desayunar?
—Sí.
Antes de dejar el antro, encuentro a Ángel y bailamos el tema que me
había prometido. Me pasa su celular y me pide que lo llame alguna vez. Yo le
digo que sí, pero sé que no voy a llamarlo.
Salgo a la luz del día con la sensación de estar más perdida que la noche
anterior. Vi demasiadas cosas que no hubiera querido, y me sentí ajena a ese
mundo del que ahora, de alguna manera, formaba parte. El antro me recordó
mi dificultad para pertenecer. Me mostró en una pista rodeada de extraños,
que incluso yo era una extraña para mí misma.
Comemos algo por ahí, con Diego, Pecas y un amigo de ella que estaba
en un coma alcohólico, tambaleándose entre su silla y la pared.
—¿Voy a volver a saber de vos?
—Sí, claro. Te escribo y salimos los tres.
—Dale, linda.
Emprendemos, al rato, la vuelta con Diegui. «Gracias por acompañarme
hoy». «No, gracias a vos por invitarme, me divertí mucho». «Yo más o
menos, pero me hubiera querido matar si no estabas». Lo abrazo y él me