Create successful ePaper yourself
Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.
«Te odio». «Mirá, está toda la ciudad dividida por distritos». «A ver»…
Volvimos de Europa y dejamos de hablarnos. Cada uno tenía que sanar su
herida. Nos saludábamos para los cumpleaños, tal vez alguna navidad. Así
pasamos cuatro años.
Un día nos juntamos a tomar un café. Estaba cambiado Gabriel. Ya era
abogado. Se vestía, se peinaba y se portaba diferente. Se había enamorado.
Había hecho nuevos amigos. Seguía siendo fanático de Independiente, pero
ya no tomaba alcohol hasta perder la conciencia. Yo también estaba diferente.
Ahora me gustaba la cerveza y era yo la que perdía la conciencia. Me había
hecho amiga de algunas rutinas, estudiaba cosas nuevas, e Independiente y
que se robara vasos para coleccionar, me daban absolutamente lo mismo.
Estábamos menos querellantes, más maduros, menos discutidores, más
soñadores. Empezamos a ir juntos al teatro, de vez en cuando. A escribirnos
mails, de vez en cuando. A tomar algo, de vez en cuando. Eso entendimos:
Eramos incondicionales, pero no podíamos andar juntos todo el tiempo.
Necesitábamos la distancia.
En ese encuentro después de cuatro años, nos pedimos perdón por los
tragos amargos, y brindamos por los nuevos caminos.
En poca gente confío tanto como en él. No hay disparate en el que no me
acompañe. Me empezó a regalar libros, y expuso su razón: A vos te hago
regalos porque sé que no me querés por lo que te dé, sino por mí. Y yo dejé
de enojarme.
A veces tengo ganas de partirle un ladrillo en la cabeza, y otras siento que
es la persona que más me conoce en el mundo. A veces no entiendo cómo
todavía nos hablamos, y otras sé que no podría haber sido de otra manera. Es
mi mejor amigo. Aunque yo deteste el término mejor amigo. Como si hubiera
amigos peores… Y aunque él también deteste que lo llame mejor amigo.
Porque de un desamor, siempre quedan restos.
Para no perdernos, tuvimos que aceptar lo que existía y lo que no podía
existir entre nosotros dos. A veces, la vida tiene estas cosas. Tenemos un
vínculo sin título a disposición. Y está bien. Hay cosas, historias, relaciones,
alegrías y dolores que no tienen nombre. Hay que inventárselo.