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Arde la vida - Magali Tajes

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no se trata de esta mujer o mi mamá. Sino de mi mamá, o yo misma.

Me mira fijo y dice:

—Llamá a tu hermano y decile que a partir de hoy tiene el cuarto para él

solo, porque te vas de esta casa por ser una tortillera. Llamalo ya.

Agarro el celular y marco el número de Emmanuel.

—Hola, Emma.

—Hola, ¿qué pasó?

—Vení, me enamoré de una chica.

—¿QUÉ?

—Que vengas, que me gusta una chica y me voy de casa.

Mi mamá sigue a los gritos, golpeando cosas y tirándose de los pelos. Mi

hermano aparece a los diez minutos, pálido y confundido.

—Tranquilizate, mamá, tranquilizate.

—No me puedo tranquilizar. ¿No ves que no me puedo tranquilizar?

Tengo una hija tortillera.

—Pará, no entiendo nada.

—¿Qué no entendés? A tu hermana le gusta la concha. Y bien guardadito

lo tenía la puta. Pero tuvo la mala suerte de dejar su correo abierto y cuando

fui a abrir el mío, vi todo.

—Pará, Magalí, ¿podés explicar algo?

—¿Qué va a explicar esta pendeja tortillera? No puede explicar nada. Se

me cae la cara de vergüenza.

—Escuchame, Emma, no sé cómo fue. Pero me enamoré de una chica. Y

todavía no pasó nada, pero va a pasar algo porque yo no puedo vivir más con

esta duda. Vos me lo preguntaste una vez, hace mucho. ¿Te acordás? Me

preguntaste si me gustaban las mujeres porque siempre me iba mal con los

hombres y yo te dije que no, pero la verdad es que no sé. Que hace mucho

que me lo pregunto y que me lo quiero responder.

—No, la estás flasheando, boluda. ¿Cómo te van a gustar las minas? Vos

siempre querés probar todo, ese es tu problema. Te aburrís muy fácil y querés

hacer algo nuevo todo el tiempo. Esto es más de lo mismo.

—No, Emma, esto no es así.

—Sí, boluda, la estás flasheando.

Mi vieja empieza a gritar otra vez.

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