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83899389-Padres-Fuertes-Hijas-Felices

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durante tres días, él trató de convencerla de que<br />

volviera a casa, pero la joven se negó a<br />

marcharse con él. Aunque la habían echado de su<br />

apartamento y se había separado de su<br />

compañero (por razones que<br />

PRAGMATISMO Y FIRMEZA 159<br />

se negó a comentar), prefería vivir en<br />

cualquier parte a regresar al hogar de sus<br />

padres.<br />

Pasó otro año. En el decimoctavo<br />

cumpleaños de Ada, Alex —al que el corazón<br />

se le deshacía en el pecho— regresó a San<br />

Diego. En esta ocasión la encontró viviendo en<br />

la calle. Casi no pudo reconocerla, y temió que<br />

se hubiera convertido en una prostituta. Ella<br />

lo negó, y él la creyó, aunque supuso que<br />

estaba tomando y traficando con drogas. Se<br />

pasó tres días con ella, pero tampoco esta vez<br />

quiso regresar con él. Le compró ropa y<br />

regresó a casa.<br />

Las cosas siguieron así hasta que ella tuvo<br />

poco más de veinte años. Alex le escribía<br />

cartas que no llegaba a enviar, pues ella<br />

carecía de dirección. Ahorró un dinero que<br />

puso en una cuenta a su nombre. A nadie le<br />

habló de esto, temiendo que le dijeran que<br />

estaba loco.<br />

Pero él quería a su hija y estaba dispuesto<br />

a seguir la lucha. Ada le había partido el<br />

corazón en mil pedazos, pero estaba decidido<br />

a seguir queriéndola. No podía cambiarla,<br />

pero podía quererla.<br />

Cierto día de octubre, su teléfono móvil sonó<br />

mientras se encontraba en una reunión de<br />

trabajo.<br />

--¿Papi? —era la voz de Ada.<br />

Alex no pudo hablar. Su cabeza era un torbellino.<br />

—¿Estás ahí, papi? Háblame, por favor.<br />

Ella había empezado a sollozar.<br />

—Ada, ¿dónde estás? —logró decir él, finalmente.<br />

—Estoy en la estación de tren de<br />

Grand Rapids. Papi... Estaba<br />

llorando y no lograba articular<br />

palabra.<br />

—No te muevas. Ada, no te muevas de ahí. Por favor —le rogó él.

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