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83899389-Padres-Fuertes-Hijas-Felices

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simplemente porque seamos viejos y<br />

tengamos el alma encallecida.<br />

Tuve el privilegio de conocer a un<br />

matrimonio judío que sobrevivió al campo de<br />

concentración de Auschwitz, durante la<br />

Segunda Guerra Mundial. Aunque solamente<br />

me encontré con ellos aproxi-<br />

198 PADRES FUERTES, HIJAS FELICES<br />

madamente una docena de veces, me dejaron una comprensión extraordinaria de Dios. La<br />

primera vez que los vi me di cuenta enseguida de su acento y de sus tatuajes. Me horroricé cuando<br />

vi esos tatuajes. Quisiera haberles preguntado un millón de cosas. Pero tenía mucho miedo de<br />

escuchar sus respuestas, de conocer los horrores que los hombres pueden infligir a otros<br />

hombres. La simple lectura de libros sobre el tema ya me había impresionado. Pero estos<br />

supervivientes eran de carne y hueso.<br />

Una noche, se pusieron a hablar sobre Dios. Era muy<br />

raro que contaran cosas sobre Auschwitz, pero parecía<br />

que hablar de Dios les resultaba un tema fácil. Al<br />

principio yo me quedé estupefacta. ¿Cómo podían<br />

hablar del buen Dios? ¿Cómo podía un Dios bueno haber<br />

tolerado aquel terrible sufrimiento? Pero no dije nada, y<br />

ellos siguieron con la conversación hablando con mis<br />

padres, que son católicos.<br />

—Heda —oí que decía mi madre—. He de admitir que<br />

no creo que mi fe pudiera sobrevivir a una situación<br />

como ésa. ¿Cómo pueden creer realmente que Dios les<br />

ayudó?<br />

Las palabras de la mujer resultaron sorprendentes.<br />

—Dios no hizo aquel campo de concentración ni<br />

mató a los judíos. El error que cometió fue dotar a los<br />

hombres de libre voluntad y a sus cerebros de imaginación<br />

para torturar a otros seres humanos. Siempre supe que Él<br />

odiaba Auschwitz más que yo. Muchos de nosotros<br />

teníamos fe. Necesitábamos tener esperanza. Tanto si lo<br />

hacíamos por poder sobrevivir como si no,<br />

necesitábamos saber que la vida era de alguna<br />

manera, en algún sentido, mejor. ¿Sería una vida en el<br />

Cielo? No sabíamos muy bien qué pensar. Pero Dios me<br />

concedió esperanza y preservó mi vida. Yo no podía<br />

desperdiciar energía odiando a Dios.<br />

La esperanza mantuvo viva a mi amiga en aquel<br />

campo de concentración.<br />

Probablemente, ninguno de nosotros pudiese soportar<br />

lo que ella soportó, si bien todos nosotros padecemos<br />

sufrimientos y soledad. Cuando esto le suceda a su hija<br />

necesitará fe y esperanza. El suicidio es la cuarta causa<br />

de muerte entre los adolescentes. 12 ° Y he aquí un

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