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andar recomponiendo trastos en la casa. Así que, un poco aburrido y ya con siete<br />
décadas a cuestas, le pidió a su hija Híllary, también médico, de cuarenta y seis<br />
años, que le acompañase en un viaje profesional, es decir médico, que quería hacer a<br />
Nicaragua. Ella aceptó.<br />
Cuando ambos llegaron a Nicaragua, Elliot estaba radiante. Por el contrario,<br />
Hillary se sintió incómoda con aquellos baños sucios, con el agua que apenas se podía<br />
beber y con aquellos molestos insectos. Pero Elliot no se fijaba en nada de eso. Ella<br />
estaba preocupada pensando en cómo iba a soportar él aquel calor, en el riesgo de que<br />
pudiese contraer una enfermedad tropical, o de que se pudiese romper un brazo o una<br />
pierna y tuviese que ser evacuado —vaya usted a saber cómo— a Estados Unidos. Pero<br />
a Elliot no le preocupaba en absoluto nada de eso.<br />
Tras unos cuantos días dedicados a comprar provisiones y a viajar internándose en<br />
el país, llegaron a la clínica en la que podrían atender a sus pacientes. Si fuera<br />
necesaria una intervención quirúrgica, llevarían al paciente al hospital más cercano y<br />
allí lo operarían.<br />
UNIDO A ELLA 235<br />
Una de las pacientes tenía un tumor como un pomelo en el útero. Dos hombres jóvenes tenían<br />
hernias inguinales; otro padecía de una masa testicular. A Ellíot le encantaba chapurrear su<br />
español para diagnosticar a sus pacientes. Estaba exultante.<br />
Pero todo eso fue antes de que él viera el «hospital». Hillary y una enfermera con mucha práctica<br />
en anestesia le acompañaron. Cuando subieron el camino polvoriento que conducía al hospital,<br />
Elliot no pudo evitar su desencanto. El edificio estaba abandonado. No había electricidad, aunque,<br />
al menos, sí había agua corriente. El conductor del autobús, muy amable, le condujo hasta un<br />
habitáculo sin puerta, de unos tres metros v medio por dos, con una sola ventana. En el centro<br />
del cuartucho había una mesa de operaciones de acero. Una lámpara pendía del techo. No tenía<br />
bombilla y la protección de cristal estaba rota. Elliot empezó a sudar.<br />
En el umbral esperaba el primero de los pacientes, un joven con una hernia.<br />
Hillary vio la pálida cara de su padre. Respiró hondo y dijo:<br />
—Vamos, papá, puedes hacerlo. Las hernias son fáciles. Eso es lo que siempre me dijiste.<br />
Podemos arreglárnoslas muy bien.<br />
Le hizo un gesto a la enfermera, la cual empezó a colocar todos los medicamentos y un<br />
aparato portátil de oxígeno.<br />
—Esto está muy sucio. Qué va a pasar con las infecciones? Este pobre muchacho morirá de