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SEA USTED EL HOMBRE QUE QUISIERA PARA MARIDO DE SU HIJA 179<br />

saban, perdió el control y dos de los muchachos resultaron muertos. A partir de ese momento,<br />

las vidas del joven, la de los padres de los chicos muertos y la de los padres de Allison ya no fueron<br />

las mismas. Los padres de Allison fueron demandados judicialmente y la chica tuvo que ir a la<br />

cárcel; y todo porque su padre no quiso molestar a su hija. <strong>Padres</strong>: ustedes tienen que<br />

intervenir.<br />

Preste atención a su instinto y proteja a su hija. Es una equivocación muy corriente dejar a las<br />

hijas a su libre albedrío demasiado pronto. Por favor, no lo haga. No va a convertirse en un padre<br />

súper protector ni autoritario porque trate de convencerla de que beber en exceso es algo muy<br />

peligroso, incluso una seria amenaza para la vida. Protéjala, pero hágalo con sutileza e inteligencia.<br />

Esté allí. Sea el hombre íntegro, con razón y con músculos, que sabe conducirla en la dirección<br />

correcta.<br />

Hace poco hablé con un padre separado que acababa de regresar de un viaje a México, a donde<br />

se había llevado a su hija y a algunas de sus amigas de dieciocho años a pasar unos días de vacaciones.<br />

Tras dos noches de descanso en el complejo turístico, las chicas quisieron vivir, como era natural, la<br />

vida nocturna de la localidad, y le preguntaron si podían ir unas horas a bailar a un club. Como él no<br />

quería parecer gazmoño ni «desconfiado», les dijo que sí. De todos modos, estableció unas cuantas<br />

normas. Primera, tenían que estar juntas. Segunda, no podían abandonar el club. Tercera, sólo<br />

dos copas por cabeza. Cuarta, tenían que regresar a casa a las once y media de la noche. Esas eran<br />

las condiciones y ellas las aceptaron.<br />

Después de cenar, las chicas se arreglaron y tomaron un taxi para que las llevara a la ciudad.<br />

Mike tomó otro taxi, quince minutos después, y las siguió. Con discreción, se puso a pasear por<br />

las callejuelas próximas, echando de vez en cuando un vistazo al club. Esperó y paseó. A las<br />

once y media regresó a la parada de taxis. No había señales de las chicas. A las doce menos<br />

cuarto empezó a preocuparse y entró en el bar. Allí estaban ellas, las cuatro, riendo a carcajadas,<br />

con las mejillas coloradas. Su hija estaba charlando con un tipo barbudo de unos treinta años.<br />

—¿Hasta qué hora se puede tomar un taxi para ir al complejo turístico? —le preguntó a un<br />

taxista.<br />

—Hasta las doce, no más tarde —fue la respuesta.

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