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208 PADRES FUERTES, HIJAS FELICES<br />

sí que puede encontrarse usted con auténticos fuegos artificiales. Trabajar<br />

profesionalmente, uno al lado del otro, es realmente fácil. Su territorio está perfectamente<br />

marcado, igual que lo está el mío. Pero cuando tenemos que ponernos de acuerdo en lo que<br />

debemos hacer con los hijos, las cosas se complican bastante. No se trata de que nuestro<br />

hijo sea paciente suyo y nuestra hija sea mi paciente, o viceversa. Se trata de nuestros<br />

hijos; y ambos tenemos opiniones muy definidas sobre la forma en que han de ser<br />

educados; y nuestros deseos, creencias y emociones envuelven y configuran las posiciones<br />

que adoptamos. Ambos somos tercos, y teniendo una consulta compartida, cuatro hijos y<br />

los estudios de tres, ya puede imaginarse usted el contenido de algunas de nuestras<br />

conversaciones, especialmente cuando he de añadir que mi marido y yo debatimos hasta<br />

el fondo todo cuanto concierne a nuestros hijos.<br />

Después de casarnos, yo decidí que era necesario cambiar algunos de los hábitos de mi<br />

marido. Por un lado, hacía demasiado ejercicio. Por otro, se pasaba largas horas en casa<br />

enfangado en su trabajo. En ambos casos me hacía sentirme sola. Así que me decidí a<br />

establecer un plan.<br />

Durante los primeros diez años de matrimonio me dediqué a estudiarlo (al fin y al cabo, soy<br />

una científica) y a analizar lo que yo creía que debería cambiarse. Hice una lista mental<br />

de cambios bastante larga. Después, durante los siguientes diez años de matrimonio<br />

trabajé para ayudarle a realizar esos cambios, uno a uno. ¿Necesitaba hacer ejercicio todo el<br />

tiempo? Nones; yo no creía que eso fuera necesario, y menos teniendo cuatro hijos y<br />

muchas cosas que hacer en casa. ¿Tenía que ser un adicto al trabajo? No. Si disponía de<br />

tiempo suficiente para escuchar pacientemente a todos sus enfermos y enfermas (muchas de<br />

las cuales eran amigas mías) durante las horas de consulta, entonces también debería<br />

tener tiempo para colgar el teléfono, apagar el ordenador, dejar los libros de medicina en<br />

sus estantes y hablar conmigo.<br />

Gané algunas batallas y perdí otras. Finalmente, en la tercera década de nuestro<br />

matrimonio, decidí tirar la toalla y dejarlo tranquilo. Ahora me siento un poco avergonzada<br />

de todo este tira y afloja que mantuve a lo largo de muchos años, porque creo que fue<br />

bastante egoísta. He repetido muchas frases que seguramente usted también habrá oído,<br />

frases como: «Necesito que estés más tiempo conmigo», «nece-

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