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192 PADRES FUERTES, HIJAS FELICES<br />

se sientan bien. Hace que se sientan importantes y conectadas con lo eterno.<br />

La sabiduría de un padre<br />

¿Se acuerda de cuando se sentaba en el borde de la cama de su hijita de tres años y la<br />

contemplaba entregada a la paz de su sueño? Entonces se inclina suavemente sobre ella,- besaba<br />

su frente y le subía el embozo para cubrirle sus pequeños hombros. No hay padre que pueda<br />

expresar adecuadamente la experiencia de observar el sueño de su hijo, porque eso es algo que<br />

tiene que vivirse. Ahora bien, imagínese que se dispone a abandonar el cuarto de su hijita y se<br />

da la vuelta para verla una vez más, ¿creería usted que toda la existencia de su pequeña reside<br />

en un conjunto de células?<br />

Seguro que no. Pero ésa sería la forma en que un materialista vería a su hija. Ella no es más<br />

que un producto genético de su ADN y del de su madre. El soplo de aire que entra en su pequeño<br />

cuerpo la mantiene con vida. El tiempo que vive con ella es algo precioso y lleno de significado, pero<br />

no es más que un fenómeno biológico. Sus pensamientos y sentimientos pueden establecerse a<br />

partir de las conexiones neuronales de su cerebro. Un día usted se morirá, ella también terminará<br />

muriendo y eso será todo. La vida se inicia gracias a la conjunción de partículas de ADN, y cuando<br />

éstas dejen de funcionar, todo se habrá acabado.<br />

No me puedo imaginar que un padre piense de su hija de ese modo. Cuando usted contempla<br />

a su niña dormida, se enfrenta a una realidad espiritual que no puede negar. Desde el mismo<br />

momento en que ella nació, usted percibió el sentido abrumador de su vida, el hecho de que hay<br />

algo misterioso y trascendente en ella que va más allá de usted y de su esposa. Un hombre puede<br />

bromear con sus amigos y colegas sobre la existencia de Dios. Pero un padre mira a su hija, y<br />

sabe. Con frecuencia me encuentro con padres (particularmente con ellos, con los padres) que se<br />

avergüenzan de tocar temas espirituales con sus hijas. Hablar sobre asuntos de fe es muy parecido<br />

a hablar sobre el sexo. Nos sentimos paralizados. Nos resulta algo chocante. No sabemos por<br />

dónde empezar. O, tal vez, sintamos miedo porque carecemos de todas las respuestas. Quizás<br />

nos este-

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