Arte e Educação - Fundação Bienal do Mercosul

En la mesa de apertura los participantes abordaron
muchas veces el tema de la visita a las obras de arte
en espacios como el de la Bienal y la función social
de esos momentos. Mi enfoque no será de la
visitación en sí, sino en algunos procesos que
preceden o pueden caminar paralelamente a la
misma, y seguramente van a interferir en esa instancia.
Augusto Boal (1931-2009), gran teatrólogo
brasileño, creador del Teatro del Oprimido, técnica
que trae una íntima identificación con a propuesta
de Freire, y por eso el nombre “Oprimido”, enfatiza
en su referencial teórico que la alienación política
tiene una estrecha relación con la alienación del
cuerpo, de los sentidos. Boal afirma que para que las
personas puedan ejercer su capacidad de
intervención en el mundo, como sujetos, precisan
antes que nada percibir el mundo en que viven;
su contexto; su identidad y su papel de forma
crítica. Por otro lado, sabemos que la lógica de
vida establecida en la modernidad no colabora
con esa percepción, al contrario, refuerza la
mecanización de los sentidos. La mayor parte de
las personas, involucradas en sus tareas y luchas
por la supervivencia diaria, acaban pasando por
los espacios y grupos sociales a que pertenecen de
forma mecánica, superficial.
Es común la limitación de los sentidos ante las
cosas y las situaciones, de forma que “miran pero
no ven, tocan pero no sienten, oyen pero no
escuchan...” (Boal, 1992), estableciendo relaciones
arraigadas con sus contextos micro y macro
sociales. Las personas se especializan en algunas
cosas y terminan alienándose ante otras, ya sea en
el trabajo que ejecutan, en las relaciones con ami-
gos, compañeros(as), con su barrio, su cuerpo,
entre otros. De esta forma, la tendencia es la
ausencia de reflexión y consecuentemente la
manutención del status quo, además de una vida
limitada al marasmo y a la falta de “sentidos”, como
canta Chico Buarque: “Todo día ella hace todo
siempre igual/ Me sacude a las seis horas de la
mañana/ Me sonríe una sonrisa puntual/ y me
besa con boca de menta/ (...) Todo día sólo pienso
en poder parar/ Mediodía yo pienso en decir no/
Después pienso en la vida para llevar/ y me callo
con boca de frijol” (Cotidiano-1971) [versión del
traductor].
Ante esta “tragedia” cotidiana, el arte, con sus diferentes
lenguajes, gana un papel extremadamente
importante para contribuir con una educación
reveladora, que en la búsqueda por sujetos críticos,
autónomos y creativos, no puede negar el cuerpo y
la corporeidad, o sea, el locus de los sentidos.
A pesar de que históricamente convivamos con la
dicotomía entre el cuerpo y la mente, así como la
súper valorización de la racionalidad, es un hecho
que el mundo se nos presenta, en un primer momento,
a partir de sensaciones. Todo lo que se
capta de manera sensible por el cuerpo ya carga
en sí una organización, una significación, un sentido,
como afirma el filósofo francés Maurice
Merleau-Ponty (1908-1961). Y en este aspecto,
los lenguajes artísticos se vuelven fundamentales
en una pedagogía que pretende estudiar estos sentidos
y percepciones de las realidades vividas,
atribuyéndoles significación y aprehensión, buscando
una interacción entre el sentir y el entender.
No se puede desconsiderar que todo y
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