Arte e Educação - Fundação Bienal do Mercosul

258
fico que, a su vez, determina singularmente su
forma de racionalidad. Nada es aleatorio en el interior
de un paradigma. Y, de esta manera, “si la
pluralidad de los sistemas de referencia es
intransponible (una vez que no existe un paradigma
basal o metaparadigma que pueda realmente fundar
o abarcar todos los paradigmas) entonces resulta
en consecuencia que como último nivel de
entendimiento tendremos aquello que en el buen sentido
se puede denominar “relativismo”. Los diversos
sistemas de referencia sólo pueden ser reunidos entre sí
en un debate crítico, pero no reducidos, organizados,
en nombre de una instancia basal o meta-instancia”
(2007: 250). En fin, si consideramos cada
voluntad individual como una voluntad, no podemos
pretender una voluntad general que abarque
todas las otras. Aunque se alcance la voluntad
de la mayoría, esta será apenas la voluntad de la
mayoría. Administrar el pluralismo de voluntades
representa el desafío de establecer un debate crítico
entre diferentes proyectos sin pretender llegar
a un denominador común o a una salida democrática
que sea justa o buena y que no reduzca la
diversidad a la singularidad, sino ejercitar el debate
colectivo con el objetivo de vivir la realidad en
proceso. Un relativismo crítico es la forma de
racionalidad más plausible si quisiéramos ser
coherentes con lo que existe.
Para Rorty, “los ironistas liberales son personas que
entre esos deseos imposibles de fundamentar incluyen
sus propias esperanzas de que el sufrimiento ha de
disminuir, que la humillación de seres humanos por
obra de otros seres humanos ha de cesar” (1991: 17).
Aunque la mayoría de las personas crea que debe
haber una solución para esto, no se puede evitar
considerar que la historia de la humanidad ha
cargado siempre con esta paradoja de forma implícita.
Todas las revoluciones, todas las
investigaciones, todos los proyectos sociales hasta
hoy practicados no han conseguido superar esta
condición. Pero ello no significa que sea una condena.
Rorty nos propone que abandonemos la
búsqueda de una teoría o una filosofía que resuelva
definitivamente el problema de la injusticia y de
la desigualdad social en favor de “géneros tales como
la etnografía, el ensayo periodístico, los libros de historietas,
el drama documental y, especialmente, la
novela. Ficciones como las de Dickens [...] nos
proporcionan detalles acerca de las formas de
sufrimiento padecidas por personas, en las cuales
anteriormente no habíamos reparado. Ficciones como
las de [...] Nabokov nos dan detalles acerca de las
formas de crueldad de que somos capaces y, con ello,
nos permiten redescribirnos a nosotros mismos”
(1991: 18).
Se trata, tal vez, de tener en cuenta que nuestros
proyectos sociales y nuestras utopías deben ser
considerados proyectos sin fin, como situaciones
de permanente realización de la justicia y libertad
sociales. Que nuestras utopías se conciban siempre
en el tiempo y en la relatividad de las contingencias,
y no en la dirección de una quietud universal o
un estado de paz pleno o una libertad absoluta.
Que nuestros proyectos hagan valer esa
imposibilidad de acceder a un estado de equilibrio
estable y permanente. Que la vida en comunidad
pueda representar un nicho de realización de los
ejercicios de creación de nosotros mismos y del
bienestar colectivo al mismo tiempo, sin pretender
la plenitud de ninguno de los dos y estando al