Arte e Educação - Fundação Bienal do Mercosul

que lo más importante para cada uno de nosotros es
lo que tenemos en común con los demás” * (Rorty,
1991: 15), intentando hacernos creer que la
fuente de la realización individual y la fuente de
la realización colectiva son la misma. Con ello, se
pasó a considerar el ser-hombre como ser-hombreen-una-sociedad-democrática,
de modo que la
búsqueda por una identidad, por una esencia,
por una verdad sobre la existencia fue siendo convertida
en una búsqueda por la libertad, la
igualdad y la solidaridad en el amplio sentido del
progreso social. Aquello que nos define no existe
a priori, ni radica en el interior, ni en la
profundidad de un “yo” sino en la paradoja de la
posibilidad de la autonomía, en la misma
dimensión de la socialidad, en la posibilidad de la
auto-realización personal al lado del bienestar social,
en la posibilidad de la autoría y de la creación
de sí mismo al mismo tiempo que se produce una
sociedad más justa y libre. Estas condiciones son
incompatibles y, según el mismo autor, “no se trata
de intentar fabricar un modelo teórico (o práctico)
que dé cuenta de cómo reunir en una única
concepción la creación de sí mismo y la justicia, la
perfección privada y la solidaridad humana” (Rorty,
1991: 16).
¿Qué rumbo tomar, entonces? Me gustaría que
intentemos escapar a esta lucha por un modelo
que busque la unificación de todos estos conceptos
en una utopía de armonía y plenitud universal;
que intentemos ensayar una situación en la que la
conquista de la justicia social divida espacio con la
realización de proyectos individuales y privados;
que consideremos la contingencia de nuestras
creencias, deseos y proyectos de modo de enten-
der que no existe la posibilidad de alcanzar un
estado social de estabilidad armónica absoluta. Y
que eso no redunde, tampoco, en un pesimismo
radical.
Pretendo que consideremos alguna vía como lo
sería el relativismo esclarecido propugnado por
Welsch (2007) o la ironía liberal propugnada por
Rorty (1991). Frente a un mundo que ya no
consigue ofrecernos seguridad, que nos amenaza
constantemente, la alternativa de una comunidad
se presenta como una posibilidad relativa de
tranquilidad y solidaridad siempre que se renuncie
a las libertades individuales absolutas. Las
libertades individuales necesitan ser relativizadas
para que se construya una sociedad justa e
igualitaria. El vínculo social posible necesita estar
impregnado de la certeza de que no es posible
compatibilizar individuo y grupo, que toda
situación va a representar una prerrogativa de uno
sobre el otro.
Para Welsch, “nos encontramos, de ahora en adelante,
en cualquier lugar, a merced de las consecuencias de
la pluralización de los paradigmas” (2007: 247).
Para él, pluralidad significa “diferencia sin una base
última en común” (ídem: 248), o sea, una vez que
cada cosa que existe, cada persona, cada situación
social, cada postulado tiene su existencia singular,
si no hay un fundamento común o una instancia
superior común, entonces cada uno de estos elementos
inaugura su existencia propia en el ámbito
de un conjunto de condiciones contingentes y
relativas. Y esto no significa que se puede todo. Al
contrario: cada existencia es una situación histórica
y cultural que constituye un paradigma especí-
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